Hace ya nada menos que 2500 años
que Platón, uno de los postes de la civilización occidental, ideaba y exponía
sus ideas acerca de la organización ideal del Estado. Lo hacía en su diálogo La República. En él defendía la
excelencia de los filósofos para el gobierno de esa república ideal. Por encima
de cualquier otra posibilidad. ¿Por qué lo hacía?
Como buen docente, Platón echa mano
de un ejemplo que considera visible, sencillo y atractivo. Al cuerpo humano le
atribuye tres partes: cabeza, pecho y vientre. A cada parte le corresponden
respectivamente razón, voluntad y deseo. La razón debe aspirar a la sabiduría,
la voluntad al valor, y el vientre necesita la moderación para su mejor
desarrollo. En cada uno de ellos ve instalados a los gobernantes, a los
soldados y a los productores. No hace falta decir que los filósofos se ajustan
a la cabeza, a la razón, a la sabiduría; por ello han de ser los mejores
gobernantes.
El fundador de la Academia pensó
realmente en un Estado tal vez totalitario que implicaba muchas cosas y no
todas de sencilla aplicación: familia, propiedad privada, educación… Tal vez
por ello, en una segunda versión desarrollada en el diálogo Las Leyes, ideó un Estado legal, tal vez
como mal menor. En ese segundo Estado, la familia, la propiedad y la educación
se organizaban de otra manera, digamos más conservadora.
No tengo intención de analizar
las ideas sociales y políticas de Platón: no es el lugar. Me conformo con la
simple consideración de imaginar cómo verán nuestros representantes sociales la
organización de la República, o sea, de la res pública, sea en el nivel que
sea, porque lo mismo sirve para el Parlamento que para las Cortes Regionales, o
para las Diputaciones o Ayuntamientos. ¿Habrá concepciones generales, abiertas
y estructuradas? Cuando uno va a la representación pública, ¿qué esquema de
acción lleva para desarrollar? Aterra pensar que haya gente que se sume a la representación
sin ningún bagaje de este tipo.
Pienso en los niveles más pequeños,
por ejemplo en el local. ¿Hay modelo de pueblo o de ciudad en los programas y
en la actuación diaria? ¿Hay escalas de valores? ¿Hay preparación suficiente?
¿Hay voluntad de servicio a los demás? ¿Hay concepción, en definitiva, de cómo
se puede mejorar la comunidad a la que se está representando?
Habrá que suponer la buena
voluntad de los candidatos y de los representantes. No es poco. Pero no es
suficiente. La coordinación de las iniciativas hay que concedérsela a quien
realmente las tenga, a quien es capaz de montar un sistema general, aunque sea
modesto, de ideas y de actuaciones en favor de todos. El que vaya con mirada
corta y con intereses personales no sirve. Hay que dejar sitio a los filósofos,
sobre todo si estos lo son de verdad, porque ponen por encima de sus intereses
particulares las ideas generales que abarcan a todos. Necesitamos pequeños
platones, gentes del sentido común. O tal vez deberíamos ser todos un poco como
el filósofo ateniense. En esta y en otras cosas. No he dicho en todas.
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