lunes, 26 de diciembre de 2016

LUCES


¿De dónde debe venir la luz para que nos ciegue menos y nos ilumine más?
El sol por las mañanas del invierno me mira de frente y me ciega, no acaba de levantarse en todo el día por encima de mi cabeza y de situarse en lo más alto, como faro en el cenit. Cuando llega el verano, me deslumbra con su intensidad y con su fuerza. Pero sé que siempre es necesario porque él trae la vida biológica y la señal de que todo será fértil y dará frutos.
La luz de mi lámpara me recoge en un espacio que se abre a la seguridad para mí solo, pero sé que todo lo negro me acecha en el entorno, que las cosas están ahí mismo y que un sencillo movimiento en el interruptor me deja de nuevo a oscuras.
Otras luces se me abren y se me cierran a golpes y a intervalos: la luz de los amigos, la luz de la palabra, la curiosidad que empuja hacia la luz, el paso inexorable de la vida que tanto me ilumina si lo entiendo, el juego sin razón con las palabras, el amor a cachitos con los míos…, la vida en su conjunto.
Creo que existe otra luz más duradera y algo más transparente. La encuentro cuando viajo hacia mí mismo y me olvido del resto, cuando me unjo de silencio y miro y miro. No siempre es de día cuando miro, pero poco a poco siento como la luz se hace más alta, más clara y más compacta. Y veo que me aproximo hacia las cosas y estas se me vuelven humildes y se me hacen amigas y sencillas. ¿Será la luz moral, o la luz ética?

Necesito colgar en una lámpara todas las luces, pero debería apuntarme a una compañía eléctrica que me lleve a mí mismo, que señale hacia adentro. Será el mejor solsticio. 

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