miércoles, 7 de diciembre de 2016

FILOSOFÍA VERSUS TEOLOGÍA


Cuántas maneras de considerar la filosofía. Incluso, qué hermosa la consideración de la filosofía, sea cual sea la mirada. No es la mejor manera de acercarse a ella -me parece- la de revisar su historia sino la de analizar la manera de hacer filosofía y la aventura de internarse uno mismo humildemente en el camino.
En todo caso, cuando se extiende la mirada por el panorama general que nos han dejado los pensadores y uno busca algo así como un cuadro general que alcance la vista de un solo golpe, todo apunta a si se encara la adecuación entre el pensamiento y la realidad dando primacía a uno  o a la otra. Quiero decir primacía en el sentido de entender que existe primero y de manera principal. El pensamiento como medida y límite de la realidad nos lleva a los racionalismos y a los idealismos, sobre todo alemanes y franceses; cuando es el objeto externo el que lo determina todo desde la experimentación, es el empirismo y son las otras escuelas inglesas las que predominan. Es esquemático, pero es bastante real.
Me parece que esta disputa no se ha solucionado todavía. Si la razón concede primacía al objeto, entonces se nos puede abrir la rendija de otras posibilidades no racionales para completar nuestras aspiraciones de verdad y de serenidad personales. Y ahí están esperando las religiones y la fe de los que las practican. Porque, según ellos, entonces la razón y la fe se complementan en busca de la verdad absoluta, y así se abre un camino más abierto que si ponemos coto y pared en los límites estrictos de la razón. La teología se hace fuerte frente a la filosofía en esta situación y ya caben posibilidades negadas al criterio racional. Como la fe es un don, por más que se pueda promover, solo los agraciados alcanzan la verdad más alta y, sobre todo, la interpretan de acuerdo con criterios parciales y hasta personales, desde luego no expuestos a los métodos generales de la razón: objetividad, cuantificación de las realidades, observación directa en el fenómeno y en sus consecuencias reales.
Como los defensores de la fe y de la teología no se rinden, argumentan que el espíritu científico realmente jibariza el mundo reduciéndolo a simples cantidades y haciendo del ser algo solo físico o matemático, siendo así que el ser es algo distinto de lo que simplemente se nos aparece ante la razón y considerándolo no como un concepto unívoco sino como un concepto análogo, válido en sus parámetros propios para el mundo científico, y en sus contextos correspondientes para el mundo de la fe y de las religiones.
Tal vez sea la única forma de intentar poner algo de paz entre un mundo y el otro y la mejor manera de salvar la confianza en cualquier creyente, sobre todo en el imparable auge y desarrollo de las ciencias racionales, que no dejan de hacer caer hojas en el calendario de la religión y de la fe.

Porque tan real es que la razón tiene límites, o al menos numerosos campos sin dominar, como que la fe no resulta sostenible ante hechos que la razón muestra y domina, explica y controla. Por más que el ser humano siga siendo un haz de deseos de mejora, de inmortalidad, de paz y de verdad. 

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