LA CESTA DE LA COMPRA
Salgo a la calle a realizar mi
compra,
en busca del sustento necesario
para seguir viviendo.
Han abierto ya todos los
comercios
y esperan que se acerquen los
clientes
y consuman sin tregua. He
olvidado
las tarjetas de crédito;
apenas si conservo unas monedas.
Pero lleno la cesta de la compra
con diversos productos de regalo
(están por todas partes en los
escaparates):
el sol que me calienta y me da
vida,
el aire que respiro, la alegría
por ver que mucha gente me
conoce,
cien gramos de tristeza por las
cosas
que menos me convencen, unos
tragos
de agua bien fresquita de una
fuente,
la sonrisa feliz de los que pasan
sin constancia del tiempo,
la amistad gratuita,
el perpetuo regalo de la
curiosidad
-que siempre está en rebajas
y la puedes tomar a manos llenas,
pues no le han puesto tecla para
el peso-…
Y noto que ya pesa demasiado
la cesta de la compra. Por lo
tanto
decido no comprar más alimentos;
si acaso unas palabras que den
gracias
a la naturaleza.
Me vuelvo hacia mi casa
manoseando las monedas del
bolsillo
y me siento riquísimo y contento.
Hay grandes almacenes rebosando
de productos gratuitos;
y el IBEX 35
no los puede comprar a ningún
precio.
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