No sucede lo mismo con la lengua
inglesa y la actitud que mostramos ante todo lo que ella representa. Es la
lengua del imperio, o sea, del dinero, que resulta ser la verdadera autopista
de circulación para todos. Y solo se trata, como siempre, de los grados en los
que nuestra predisposición se muestra (¿o nuestra falta de personalidad?). Porque
la actitud, si no es en la nuevas generaciones, no parece que se corresponda
con el dominio que de la lengua de Shakespeare alcanzamos.
Uno de los campos en los que más
se desarrolla ese papanatismo es el del cine y el de la televisión. Claro, es
Hollywood, o Juligud, u Origud, o vete a saber qué. Y ahí están todas las
estrellas, estrellitas y meteoritos cargados de méritos intelectuales y de
beneficio para los más humildes. Porque tenerlos han de tenerlos, dónde vas a
parar, aunque, mira tú por dónde, solo se publican sus atractivos físicos y
sexuales y sus caprichos interminables e inimaginables para cualquier ser
alfabetizado, y de eso los comentaristas se lo saben todo y lo alaban hasta el último
detalle. Y, claro, copiamos casi todo, en palabras, en programas y en
estructuras:
Celebrity, glamour, música indie, performance, reality show, ranking,
prime time, thriller, tráiler, western, movie, target, remake… son todas
palabras que las conoce hasta el
alguacil del pueblo más escondido. Y si ve cierto tipo de televisión -que seguramente
lo verá- mucho más. Y no es más que una pequeña muestra.
De nuevo, la lengua viene a
reflejar una situación determinada, una fotografía de la sociedad de la que es
portavoz. También en este grupo de palabras, cada una tiene su historia, su
recorrido y su suerte final, no siempre exitosa. En este palo de ciego solo se
apunta a la escala de valores que se asoma por lo alto de la montaña y que deja
el día con claridad suficiente para que lo vivamos de una manera o de otra. Allá
cada cual.
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