A pesar de todas las imposiciones diarias que nos apabullan,
nos aturullan y no tienen atolondrados, algún tiempo nos ha quedado para
entender que el objeto de la vida se concreta en algo tan elemental y tan
sencillo como la reproducción y la muerte. Estos son los dos ejes que, aunque
sea a escondidas, nos mueven y nos condicionan; todo se reduce a ello por más
que cada día los disfracemos de imágenes y de ilusiones inmediatas. Los
disfracemos o dejemos que otros nos los disfracen. Es tan fácil y tan socorrido
dejarse llevar por lo inmediato: un
paseo, un partido, una partida, una compra, un viaje, una y muchas facturas y
letras, una y muchas apariencias ante los otros, un puesto social, un
reconocimiento…
Acaso no sea tan sencillo aclimatar todo a esos dos polos ni
secar toda aspiración si no es relacionada con ellos. La vida es un
rompecabezas, un puzle que debemos componer y en el que siempre nos faltan
fichas. A veces el puzle se complica, el rompecabezas se pone de costado o la
partida de ajedrez se muestra en posición de tablas. Entonces -y tal vez
siempre- nos distraemos y creamos otros ambientes más distendidos, creamos contextos
en los que se nos va la concentración y a los que nos aplicamos como si nos
fuera la vida.
No es verdad; la vida se nos va en los dos principios
enunciados, en la reproducción y en la muerte, en ese anhelo por permanecer y
en la imposibilidad de hacerlo de manera consciente e individualizada, y a lo largo
de ella podemos observar ese inconsciente consciente o esa consciencia
inconsciente que se vuelve seria o que se viste de fiesta y se olvida de la
progresión para quedarse en el momento y en el presente.
Ninguno de los dos es mejor ni peor; tal vez ambos sean
inevitables y necesarios para seguir viviendo y para seguir conviviendo.
¿Hasta qué punto los parámetros de la sociedad occidental en
la que vivimos consideran la importancia de la reproducción y de la muerte como
ejes vitales y de comportamiento? A la vista de lo que se fomenta cada día, más
bien todo indica que lo que interesa –o interesa que interese- es el destello
del momento, el carpe diem más banal, la cadena de imposiciones que impiden
levantar la mirada y ver el panorama, el sometimiento a una escala de valores
de usar y tirar, y la renovación continua de lo perecedero y hasta de la nada. Y,
si no, analícese cómo se orientan las
actividades generales, todas en busca de los resultados de producción y de
beneficios de cuentas corrientes y lejos del valor de la persona como tal, como
vértice y mantenedora de los principios citados antes.
Las consecuencias no parecen las mejores. Pero en el pecado
llevamos la penitencia: la organización de proyectos de vida se hace cada día más
difícil y de la muerte vamos a seguir sin librarnos. Ni uno.
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