jueves, 26 de enero de 2017

EL VERDADERO OBJETO DE LA VIDA


A pesar de todas las imposiciones diarias que nos apabullan, nos aturullan y no tienen atolondrados, algún tiempo nos ha quedado para entender que el objeto de la vida se concreta en algo tan elemental y tan sencillo como la reproducción y la muerte. Estos son los dos ejes que, aunque sea a escondidas, nos mueven y nos condicionan; todo se reduce a ello por más que cada día los disfracemos de imágenes y de ilusiones inmediatas. Los disfracemos o dejemos que otros nos los disfracen. Es tan fácil y tan socorrido dejarse llevar  por lo inmediato: un paseo, un partido, una partida, una compra, un viaje, una y muchas facturas y letras, una y muchas apariencias ante los otros, un puesto social, un reconocimiento…
Acaso no sea tan sencillo aclimatar todo a esos dos polos ni secar toda aspiración si no es relacionada con ellos. La vida es un rompecabezas, un puzle que debemos componer y en el que siempre nos faltan fichas. A veces el puzle se complica, el rompecabezas se pone de costado o la partida de ajedrez se muestra en posición de tablas. Entonces -y tal vez siempre- nos distraemos y creamos otros ambientes más distendidos, creamos contextos en los que se nos va la concentración y a los que nos aplicamos como si nos fuera la vida.
No es verdad; la vida se nos va en los dos principios enunciados, en la reproducción y en la muerte, en ese anhelo por permanecer y en la imposibilidad de hacerlo de manera consciente e individualizada, y a lo largo de ella podemos observar ese inconsciente consciente o esa consciencia inconsciente que se vuelve seria o que se viste de fiesta y se olvida de la progresión para quedarse en el momento y en el presente.
Ninguno de los dos es mejor ni peor; tal vez ambos sean inevitables y necesarios para seguir viviendo y para seguir conviviendo.
¿Hasta qué punto los parámetros de la sociedad occidental en la que vivimos consideran la importancia de la reproducción y de la muerte como ejes vitales y de comportamiento? A la vista de lo que se fomenta cada día, más bien todo indica que lo que interesa –o interesa que interese- es el destello del momento, el carpe diem más banal, la cadena de imposiciones que impiden levantar la mirada y ver el panorama, el sometimiento a una escala de valores de usar y tirar, y la renovación continua de lo perecedero y hasta de la nada. Y, si no, analícese cómo se orientan  las actividades generales, todas en busca de los resultados de producción y de beneficios de cuentas corrientes y lejos del valor de la persona como tal, como vértice y mantenedora de los principios citados antes.

Las consecuencias no parecen las mejores. Pero en el pecado llevamos la penitencia: la organización de proyectos de vida se hace cada día más difícil y de la muerte vamos a seguir sin librarnos. Ni uno.

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