Con los regalos todos repartidos y los deseos intactos y
guardados, debo considerar si el nuevo año ha de darme también mis pretensiones.
No sé lo que deseo, ciertamente: tengo de casi todo. Tengo gente que dice que
me quiere y que me mira con ojos que parecen complacidos; tengo curiosidad por
muchas cosas; tengo aire con el que respirar al menos trece veces por minuto;
me suena la conciencia que late universal y que se duele por tanto como puede
mejorarse; me duele hasta muy dentro la sonrisa de un niño (también si llora y
nadie lo contempla); llego hasta fin de mes sin preocuparme demasiado por eso
del dinero; soy un mal ciudadano, lo confieso: gasto poco y apenas contribuyo a
eso del negocio y el comercio; mi escala de valores es extraña y persigo el
silencio con frecuencia; sigo leyendo mucho y escribiendo cada día un ratito;
no me fijo objetivos especiales: acaso por la edad pues ando en años en los que
tal vez puedo no hacer nada; desdigo del sistema y lo contemplo con toda la
impotencia de quien no puede nada para poder cambiarlo…
¿Nada? Tal vez un poco, todo aquello que contengan mis manos:
el hombre que, por serlo simplemente, merece mis respetos y cuidados; todos los
otros seres, que siempre certifican que son la propia vida, lo mismo que yo
mismo; el tiempo y el espacio compartidos, la luz que puedo dar en la sonrisa;
y esa otra sonrisa más irónica para con los más sometidos al sistema; o ese
dejarme ir entre los días, como si todos fueran diferentes; o, en fin, ese
rozarse con las pequeñas cosas, esas que no se oyen pero existen, que me van
conformando y me sustentan…
Son muchísimas cosas al alcance sencillo de mi mano. Son las
que más deseo, las que quiero para este nuevo año.
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