Con qué frecuencia cerramos los ojos y empequeñecemos
la mirada, en lugar de abrir el angular para que la foto sea algo más panorámica
y nada o casi nada se quede fuera. Creo que esto es lo que hace el ser humano
con todo, pero sobre todo consigo mismo.
Además, la dirección ha sido, en términos históricos,
hacia un territorio más pequeño. Primero fiábamos el susto y la ignorancia a
los más lejano para pasar al sol como centro de todo; después fue la tierra y
en ella el ser humano como ombligo y ápice de todo lo existente.
Qué disparate si lo miramos con tranquilidad; aunque
no sé si es lo mejor asomarse al abismo y correr el peligro de caer en él
descontrolados y desesperanzados.
El ser humano no es otra cosa que un producto
afortunado del azar, una mezcla de elementos químicos que tuvieron la
circunstancia de un encuentro en un contexto propicio para una feliz compañía y
para una travesía imprecisa pero apasionante. Como dijo alguien, tal vez todo
se reduce a unas circunstancias especiales en las que la simple unión de
algunos elementos simples comprendió que podía seguir invocando compañía,
gritando desesperadamente por si alguien más se quería sumar a la fiesta, y así
hasta este ser humano complejo y siempre en camino, en cambio hacia nadie sabe
dónde.
De poco sirven las invocaciones al ser humano como
creación de dioses o como guías de los demás elementos que componen eso que
llamamos universo. Cuidado con esas fanfarronerías pues, al fin y al cabo,
cualquier análisis nos descompone y nos sitúa al ladito mismo de la mosca común
y en la misma mesa que los monos. Así que menos ínfulas. Ni por el origen ni
por el destino porque el primero ya lo conocemos bastante bien y el segundo lo
podemos imaginar igual de bien. ¿Cómo podemos imaginar siquiera que, en la
plenitud del universo, solo en este diminuto planeta se ha podido producir eso
que llamamos vida? Qué soberbios, qué desatinados, qué tontos…
No es poco que pensemos y que nos alegremos de aquello
que hemos alcanzado, que no es cosa pequeña. Hemos desarrollado la curiosidad,
buscamos y hemos descubierto los componentes de la vida, de la nuestra, de
nuestro genoma. Y, en ese estudio, lo que aseguramos cada día más es que somos
verdaderas máquinas de supervivencia, no más que los demás seres pero con
mejores resultados, elementos de ese caos ordenado que sigue en el tiempo y en
el espacio, pequeñas partículas de una conciencia universal en la que parece
que nos notamos y en la que desarrollamos todas nuestras virtudes y nuestras
miserias.
Tenemos tanto para ver, para mirar, para contemplar, para
admirar, para sobrecogernos, para rozar el milagro y la felicidad en cada
momento…
También tenemos tanto para bajar la cabeza, para
sentirnos sencillos, para vivir con los demás elementos, para no despreciar
nada, para sentir orgullo y a la vez saber que somos casi nada, para entender
que estamos y que somos de distinta manera, para dar campo abierto al sentido
común y a la buena voluntad, para entender que nada es absoluto y mucho menos
nosotros.
Escucho música barroca que me transporta hacia otros
sitios, que me hace materia gaseosa, que me envuelve y me lleva y me trae. En
el camino rozo y me transformo, me mezclo con los otros elementos de los que
vengo y en los que me convierto a cada instante.
No es poco.
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