Diversas circunstancias me han llevado a la
relectura de una novela que tenía guardada en una habitación perdida de la
memoria. En otro contexto la utilicé para algún asunto mitad personal, mitad
protocolario. Se trata de la novela Rincón
de provincia, de la que es autor
el bejarano Emilio Muñoz, de la saga de los hermanos Muñoz, para mí el que, de
todos ellos, escribía con más fina pluma.
La novela se publicó en la editorial
Juventud, Barcelona, marzo de 1935 .Pero su ambientación recoge los postreros
años del siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX. Según me parece, no
posee un valor literario muy crecido si se lee con ojos del siglo XXI. Aunque, cada
obra hay que verla en los contextos en los que se fraguó si no queremos
desvirtuarla y distorsionarla. En todo caso, esto refleja solo una parte de sus
contenidos. Porque otra parte no menos importante es la que tiene que ver con
los elementos que la componen. Y aquí se vuelve extraordinariamente descriptiva
y hasta premonitoria de los tiempos futuros. Hasta el punto de que la considero
la novela de Béjar. Son sus lugares, sus gentes y sus inquietudes los que
ambientan todo el proceso. Y su aparición en la obra es de tal fidelidad, que
parece más una fotografía que un producto de la imaginación del escritor. Por más
que haya pasado un siglo largo desde su alzamiento a la obra literaria. Ya tuve
ocasión de repasar estos lugares hace años, y tendré de nuevo oportunidad de
hacerlo dentro de unos días.
Hoy solo quiero recoger, por su visión de
futuro, algunas frases de uno de sus dos protagonistas, que resulta ser
trasunto del autor. En algún momento del final de la obra dice Tebita esto:
“Tampoco miro yo el porvenir (de la
industria textil) con mucha confianza. En esta como en otras industrias, se está
produciendo demasiado y ha de venir después la fatal depresión (…). El día en
que a un ministro se le antoje cambiar, como ya se ha dicho, el paño azul por
otro que forzosamente ha de ser de distinto color, menos visible y menos fino,
como lo es en los demás ejércitos, y se centralicen las compras que ahora
realizan los Cuerpos separadamente, Téjar (es el nombre novelístico de Béjar) luchará
con la temible competencia, no solo de Cataluña, sino de otros núcleos
semirrurales más retrasados y pequeños, pero capaces de producir el género
nuevo con mano de obra menos costosa”.
Y después: “No sé, pero lo que hay que
buscar aquí son rutas nuevas, sin quedar a merced de un solo cliente, más
peligroso cuanto más importante, que puede fallar cualquier día. Hay quien pone
su esperanza en el veraneo, que aquí tiene tanta razón de ser y que aumenta
visiblemente, pero esto nunca pasará de ser una ayuda secundaria.
¿Y si tuviéramos estambre?
La gran lástima es que no la tengamos ya
hace tiempo, porque eso no se improvisa (…); pero más valdría tarde que nunca,
máxime cuando en Téjar se lavan y se peinan lanas para la exportación en
cantidad enorme. Pero esta empresa exige instalaciones muy costosas y habría de
ser la obra de todos, agrupados para crearla y para sostenerla, y tendría que
ser cogida con fe…”
Y en otro momento, hablando de diversos tipos
de telas y capas: “Tienes razón y ya te pediré a su tiempo un trozo de este
(tipo de tela) y de otros, con destino al Museo de la Industria que es preciso
fundar…”
Tres ejemplos en dos intervenciones: la cíclica
decadencia de la industria textil, con sus causas y consecuencias; la
diversificación de actividades, con el apunte del turismo; y la ilusión del
museo textil.
De esto hace unos cien años. ¿No suena esto
a cualquier desahogo de ahora mismo?
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