Es verdad que cada día tiene su afán y que
cada hora nos llama con su voz particular. No puede ni debe ser de otra manera.
Lo contrario sería una mezcla incontrolable de llamadas y de ansias. Por eso
jerarquizar -sabiendo que sigue existiendo también todo aquello que no elevamos
a primer plano- resulta fundamental. Y acaso también por ello la comunidad
internacional señala y particulariza celebraciones a diario.
Me entero por los medios de comunicación de
que hoy se celebra el Día Universal del
Niño. Y ya me encojo y me retiro a sus imágenes y a sus sensaciones. Ayer
pasé el día con mis dos nietos en Ávila. Allí estaban también mis hijos.
Estábamos todos. Y estábamos en esa sensación placentera de que no falta nada y
de que todo está bien hecho y en su sitio. Algo que debe de parecerse a eso que
llamamos felicidad. Sé muy bien que siguen existiendo los demás, pero tienen
que perdonarme si los dejo un poco al lado, porque no me caben en esa primerísima
línea de los afectos.
Por la tarde paseé y jugué con Rubén, le
hice mil cosquillas, le di más de mil besos, lo abracé hasta hacerle daño…, y
él sonreía con cara de pillo y de felicidad. Rubén tiene tres años y empieza a
despertarse ante la vida.
Sara es una niña especial. Tiene ocho años y
ya razona y anda entre los gustos del niño y los deseos de quien tiene todo el
mundo por delante y no quiere perderse ni un minuto de él. Después de muchas
cosas y de más risas, se fue a bailar zumba durante hora y media. A Sara le da
igual lo que le pongan por delante, se apunta a un bombardeo y todo lo hace con
entusiasmo. Yo la vi bailar con su padre al lado y con los ojos como platos de
Rubén, que también quería imitarlos desde las gradas.
Los niños son esponjas que absorben toda el
agua que les llueve encima. Pero están indefensos y no tienen paraguas con el que protegerse
cuando esa lluvia cala hasta los huesos y anuncia un buen catarro. Por eso es
tan importante saberlos proteger y orientar sus pasos y sus acciones en un
sentido bueno y positivo. Es evidente que los primeros años de sus vidas son
esenciales para la constitución posterior; sin embargo, todas las edades
resultan vulnerables y no todos tenemos la misma capacidad para mirar las cosas
con cautela y decidir después según nuestra conciencia.
No puedo ni imaginar a ninguno de mis nietos
vejado o humillado, maltratado o aislado del amor de los suyos ni de la
solidaridad de todos los demás. No sé cómo podría responder, pero sospecho que
no demasiado bien. Las imágenes de esas situaciones, no obstante, se repiten a
diario: guerras, violaciones, aislamientos, rechazos, abandonos, malnutriciones…,
falta de COM-PASIÓN, al fin y al cabo, en todas sus variables.
Desde la proximidad y por lo que más de
cerca me toca, aunque solo sea por egoísmo, hoy levanto la imagen de un niño,
de cualquiera, y le muestro mis brazos por si quiere tomarlos y sentirse
querido.
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