Me gustan las palabras que incorporan el
prefijo cum-, com-, con-, co-; me gustan porque con él añaden siempre la idea
de compañía, de pluralidad, de versiones diferentes, de soluciones compartidas,
de cesiones amistosas…, de buenos deseos, de buena voluntad. Así pasa con
com-pañero, com-pinche, com-binar, com-patible, con-cierto, cón-clave,
con-ciudadano, co-rreligionario… y tantas otras.
Y sucede también con el término con-vencer,
que, si en la raíz mantiene la realidad de vencer, lo hace ya cargada de
connotaciones positivas y de sentimientos compartidos. A la memoria aquello de “venceréis,
pero no convenceréis”.
Seguimos a cuestas con el grave asunto de
Cataluña. Ayer mismo veía unas imágenes en las que unos exconsejeros de la
Generalitat llegaban a Madrid, se supone que para presentarse ante la justicia,
que los ha requerido. A su lado, una legión de periodistas acosándolos con cámaras
y preguntas. Y, en medio de todos, un grupo de personas con banderas españolas
que poco menos que los envolvían, como si de un sudario se tratara. Ahora que
el proceso parece que se encauza en elecciones y que la justicia sigue su curso
inexorable, muchos comentaristas televisivos o de periódicos andan sueltos y
hasta apasionados en su interés por que los políticos catalanes entren
inmediatamente en prisión.
La justicia sigue su paso y dirá lo que
tenga que decir. Déjenla, por favor. Unos y otros, por cierto, que la otra
parte también se desata en pasión y en sinrazón. Pero, en lo que a lo social y
político toca, ¿por qué ese interés en el mal de otras personas?, ¿a qué viene
ese desborde de entusiasmo por la desgracia ajena?, ¿no les parece poco el
horizonte penal que se adivina para todos los acusados?, ¿por qué ese regodeo?
Vencer con el palo es solo propiedad del
fuerte y deja desvalido al menos fuerte; vencer con la ley supone acudir a un
acuerdo anterior al que todos tienen que someterse, pero la vida es muy
compleja para que quepa en los preceptos legales y, a menudo, las sentencias
dejan insatisfecha a alguna de las partes; vencer con las ideas es atraer al
otro al lado de nuestro razonamiento y terminar tomando unas copas juntos, con
el con-vencimiento de que hemos com-partido la verdad después de haber creado
el ambiente propicio para darse la mano y sentirse a gusto juntos. En este último
caso ya no estamos venciendo, estamos con-venciendo.
Necesitamos la ley como referente al que
acudir; sin ella andamos perdidos y el fuerte hará lo que más convenga a sus
intereses siempre. Pero debemos adobarla con un ambiente de relajación y de
buenas intenciones. Y a banderazos no creo que lo vayamos a lograr.
Y lo que sirve para estos banderazos -o para
esa salva de aplausos incomprensibes cuando se aprueba la aplicación del 155 de
la Constitución- tiene que ser válido para los otros banderazos de rechazo o de
exclusión en los que se ha tenido y se tiene a buena parte de la población en
Cataluña. Porque hay banderazos físicos, pero los hay mucho más sutiles (educación,
medios…), que percuten como gota malaya y dejan un hoyo profundo lleno de pus y
de recelos.
Desde mi incomprensión casi absoluta de todo
nacionalismo (sigo aguardando explicaciones que me hagan cambiar de opinión),
apelo a la fuerza de la con-vicción, no quiero vencer a nadie, sino con-vencer,
sentir que el otro no recela de mí ni yo de él; que, por el contrario, los dos
estamos deseando tomar un vino juntos, pasear en com-pañía y alentar un futuro
de manos tendidas y de ayuda mutua.
¿Cómo no se va a poder con-vencer al
nacionalismo con esa mano tendida y con la serenidad de presentar la batalla de
las ideas de com-partir y no de separar ni de separarse de la mesa en la que
todos tienen que comer, los ricos que quieren irse y los pobres que se sienten
desconcertados?
Ábranse los bares, extiéndanse las mesas y
sentémonos a ellas. Las tertulias aguardan, las razones esperan. Y las banderas
que se junten y que no envuelvan a nadie a la fuerza. Ni de un lado ni del
otro. Es la única manera de vencer todos, o sea, de con-vencer.
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