¡A GALOPAR!
¿Cuántas veces nos
paramos a pensar en las imposiciones que nos marcan los demás desde el comienzo
de nuestra vida? ¿De dónde procede, por ejemplo, eso que se llama vocación en
muchos de nosotros? ¿No tiene que ver con el ambiente familiar o de amigos o de
vecinos? ¿Cuánto nos queda de decisión personal? Será bueno pararse a pensarlo,
pero con cuidado, porque podemos morir en el intento.
Hay un personaje de
nuestra literatura que tiene que luchar con vientos y tempestades para darse a
sus deseos personales, a sus invenciones y a sus ideales. Pienso, claro, de
nuevo, en don Quijote. Qué cantidad de trabas se le colocan de un lado y de
otro antes de volar por tercera vez por el mundo a desfacer tuertos (nunca entuertos), a socorrer doncellas… Así, a
vuela pluma: El ama y la sobrina lo quieren retener en casa a toda costa; otro
tanto hacen el cura y el barbero. Por el otro lado actúan el interés jocoso y
hasta de chulería del bachiller y el no más pequeño egoísmo de Sancho con su
ínsula y su regustillo por las prebendas y los beneficios. Y, como telón de
fondo, el mundo irreal (o más real) de la antigua caballería, el de los
caballeros a pie de obra idealista, distintos de los contemporáneos de nuevo
cuño, cortesanos y acomodados.
En medio de todo ese
maravilloso contrapunto, nuestro caballero se alza para realizar su sueño y su
propósito de vida, ese que lo llevará loco-cuerdo y que lo traerá cuerdo-loco
de nuevo hasta la aldea, allá en el final de las aventuras.
Se podrá argumentar a
favor y en contra de las fuerzas que tiran en un sentido y en otro; difícil
será hacerlo para negar su existencia y los condicionamientos que imponen a
este personaje. Daría para una disertación larga e interesante.
Cualquiera de nosotros
está entrizado entre dos paredes que oprimen y que empujan en dirección
contraria. La tensión la tenemos que calmar nosotros tomando decisiones personales
e intransferibles. En cada ocasión y en cada momento. Ojo, con la desgracia de
que, al momento, en la siguiente ocasión y sin solución de continuidad, nos
vamos a encontrar en las mismas. De tal manera que, al final de camino, tal vez
nos convenzamos de que la vida es una continua toma de decisiones para terminar
haciendo cuentas de que ese mundo nos acechaba en cada esquina, y de que, por
otra parte, tampoco es tan malo sentirse orientado y acompañado un poco por lo
que nos rodea. ¿En qué medida cada cosa? Ufff.
Don Quijote tardó mucho
en decidirse a salir a las aventuras por tercera vez. Pero salió, y salió con
más fuerza y gallardía que las dos primeras. Hasta que, ay…, algo le vino a
sugerir, imponer o convencer de que el camino era de ida y vuelta. Pero eso fue
mucho más tarde. De momento, salió al camino y a la vida, con su ilusión a cuestas.
Un buen ejemplo de entusiasmo, de ilusión y de ganas de transformar el mundo.
Allá cada cual.
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