¡¿DIALOGUEN,
DIALOGUEN?!
Tal vez esta sea una de
las palabras que más se repiten en los últimos tiempos. Hasta el punto de que
su uso continuado tal vez le haya provocado aristas y desgaste en el
significado y la haya convertido en un latiguillo y hasta en una palabra baúl,
que nos sirve para todo, pero que, en realidad, no concreta nada. O sea, que lo
mismo nos vale para un roto que para un descosido. Me parece observar que la
utilizamos más como forma verbal en tercera persona que como sustantivo. ¿Por
qué será?
Pero, como parece
evidente que el verbo procede en este caso del sustantivo, puesto este en
acción, vayamos al sustantivo, para pasar después a la forma verbal en tercera
persona del plural.
DRAE:1. Plática entre dos
o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. 2. Obra
literaria, en prosa o verso, en que se finge una plática o controversia entre
dos o más personajes. 3. Discusión o trato en busca de avenencia. Después ya, las derivaciones de diálogo de
besugos, o de sordos…
Pues pasar al verbo no es
más que darle marcha y acción a lo que el sustantivo implica.
Que el diálogo es
imprescindible para la supervivencia y para una convivencia razonable, no hay
más que decir. Que dialogar es acto de cada día y de cada hora, no cumple que lo valore. Que en este caso
estoy pensando en el famoso diálogo entre los Gobiernos de España y de Cataluña,
parece obvio. Ya me gustaría pensar y opinar acerca de los diálogos de Platón.
O de los que se traen entre manos don Quijote y Sancho. Ya me gustaría. Pero el
presente acucia y por todas partes se alza a griterío esta exigencia de
dialoguen, dialoguen; como si con ese diálogo nos fuéramos a librar del
coronavirus.
Obsérvese que solemos
descargar la responsabilidad en los demás y por eso usamos la tercera persona
del plural: dialoguen, dialoguen. Y así, en esta postura cómoda, aguardamos el
santo advenimiento y que nos den la comida en plato y triturada.
Pero sea, y miremos al
diálogo que pedimos. ¿Tenemos dos o más personas? Tenemos, aunque se escuchen
griteríos acerca de la representación. ¿Pueden manifestar alternativamente sus
ideas y sus afectos? A la vista de todos está y no lo niegan ni lo esconden.
Además, lo hacen de manera tan alternativa, que ni se escuchan y hasta ni se
oyen. ¿Se busca la avenencia? ¡Alto ahí! Esto no parece tan claro, pues cada
uno ya ha hecho saber, por todas las formas posibles, lo que quiere y lo que no
quiere y cuáles son los límites que impone. ¿Entonces? Pues entonces lo que se
produce es un diálogo de besugos o de sordos. O sea, que la últimas acepciones del
del DRAE se ajustan muy bien a la realidad.
Llegados a este punto,
uno tiene la tentación de defender que el diálogo está cerrado o que aquí
queremos engañarnos todos. Quiero decir todos los que se ponen roncos con el
dialoguen, dialoguen. Tal vez porque expresan un deseo incontenible de que esta
situación se arregle de una vez por todas y no nos traiga engolfados y
abducidos, como si la existencia se redujera a este asunto.
Yo mismo expreso con
frecuencia mi hartazgo ante los dos asuntos públicos que me han machacado
durante casi toda mi vida: el asunto vasco y ahora el catalán. Tal vez esta
saturación nos empuje a gritar el auxilio de alguna salida que nos permita
diversificar la mirada y repartir nuestros intereses y preocupaciones.
Todo se vuelve confusión
y desánimo, falta de sosiego y de buena voluntad para solucionar las
desavenencias. Cuando, además, se parte de posiciones cerradas, de mentiras
históricas, de desigualdades entre ricos y pobres y de inyecciones de
aldeanismo y de mesianismo, todo se envenena y se traslada desde el nivel de la
razón al del sentimiento y del hígado. Mala cosa.
Dialoguen, dialoguen.
Claro, pero ¿de qué?, ¿desde qué premisas y desde qué principios? ¡Si todo está
puesto encima de la mesa desde el primer día! Si no se clarifican los
principios (sobre todo el del sujeto de soberanía), todo lo demás es puro
voluntarismo. Y no está mal poner todo el empeño en arreglar los desaguisados.
Pero la Historia está ahí y sus enseñanzas tienen que servirnos.
Y para los que no estamos
en la mesa para dialogar, por favor, no descubramos ahora el Mediterráneo, que
ya estaba ahí desde el principio, con los mismos principios y con las mismas
exigencias. No insultemos a la inteligencia más elemental y el sentido común
más de andar por casa. Es que hay gente que parece que se cae ahora del
caballo. Y esto molesta bastante.
Así que, venga,
dialoguen, dialoguen; pero desatasquen los principios de los que hay que
partir. Sin ellos todo es confuso griterío, engañifa, desigualdad, inmoralidad…
Y cabreo infinito.
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