viernes, 7 de febrero de 2020

!¿DIALOGUEN, DIALOGUEN?!


¡¿DIALOGUEN, DIALOGUEN?!
Tal vez esta sea una de las palabras que más se repiten en los últimos tiempos. Hasta el punto de que su uso continuado tal vez le haya provocado aristas y desgaste en el significado y la haya convertido en un latiguillo y hasta en una palabra baúl, que nos sirve para todo, pero que, en realidad, no concreta nada. O sea, que lo mismo nos vale para un roto que para un descosido. Me parece observar que la utilizamos más como forma verbal en tercera persona que como sustantivo. ¿Por qué será?
Pero, como parece evidente que el verbo procede en este caso del sustantivo, puesto este en acción, vayamos al sustantivo, para pasar después a la forma verbal en tercera persona del plural.
DRAE:1. Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. 2. Obra literaria, en prosa o verso, en que se finge una plática o controversia entre dos o más personajes. 3. Discusión o trato en busca de avenencia.  Después ya, las derivaciones de diálogo de besugos, o de sordos…
Pues pasar al verbo no es más que darle marcha y acción a lo que el sustantivo implica.
Que el diálogo es imprescindible para la supervivencia y para una convivencia razonable, no hay más que decir. Que dialogar es acto de cada día y de cada hora, no cumple que lo valore. Que en este caso estoy pensando en el famoso diálogo entre los Gobiernos de España y de Cataluña, parece obvio. Ya me gustaría pensar y opinar acerca de los diálogos de Platón. O de los que se traen entre manos don Quijote y Sancho. Ya me gustaría. Pero el presente acucia y por todas partes se alza a griterío esta exigencia de dialoguen, dialoguen; como si con ese diálogo nos fuéramos a librar del coronavirus.
Obsérvese que solemos descargar la responsabilidad en los demás y por eso usamos la tercera persona del plural: dialoguen, dialoguen. Y así, en esta postura cómoda, aguardamos el santo advenimiento y que nos den la comida en plato y triturada.
Pero sea, y miremos al diálogo que pedimos. ¿Tenemos dos o más personas? Tenemos, aunque se escuchen griteríos acerca de la representación. ¿Pueden manifestar alternativamente sus ideas y sus afectos? A la vista de todos está y no lo niegan ni lo esconden. Además, lo hacen de manera tan alternativa, que ni se escuchan y hasta ni se oyen. ¿Se busca la avenencia? ¡Alto ahí! Esto no parece tan claro, pues cada uno ya ha hecho saber, por todas las formas posibles, lo que quiere y lo que no quiere y cuáles son los límites que impone. ¿Entonces? Pues entonces lo que se produce es un diálogo de besugos o de sordos. O sea, que la últimas acepciones del del DRAE se ajustan muy bien a la realidad.
Llegados a este punto, uno tiene la tentación de defender que el diálogo está cerrado o que aquí queremos engañarnos todos. Quiero decir todos los que se ponen roncos con el dialoguen, dialoguen. Tal vez porque expresan un deseo incontenible de que esta situación se arregle de una vez por todas y no nos traiga engolfados y abducidos, como si la existencia se redujera a este asunto.
Yo mismo expreso con frecuencia mi hartazgo ante los dos asuntos públicos que me han machacado durante casi toda mi vida: el asunto vasco y ahora el catalán. Tal vez esta saturación nos empuje a gritar el auxilio de alguna salida que nos permita diversificar la mirada y repartir nuestros intereses y preocupaciones.
Todo se vuelve confusión y desánimo, falta de sosiego y de buena voluntad para solucionar las desavenencias. Cuando, además, se parte de posiciones cerradas, de mentiras históricas, de desigualdades entre ricos y pobres y de inyecciones de aldeanismo y de mesianismo, todo se envenena y se traslada desde el nivel de la razón al del sentimiento y del hígado. Mala cosa.
Dialoguen, dialoguen. Claro, pero ¿de qué?, ¿desde qué premisas y desde qué principios? ¡Si todo está puesto encima de la mesa desde el primer día! Si no se clarifican los principios (sobre todo el del sujeto de soberanía), todo lo demás es puro voluntarismo. Y no está mal poner todo el empeño en arreglar los desaguisados. Pero la Historia está ahí y sus enseñanzas tienen que servirnos.
Y para los que no estamos en la mesa para dialogar, por favor, no descubramos ahora el Mediterráneo, que ya estaba ahí desde el principio, con los mismos principios y con las mismas exigencias. No insultemos a la inteligencia más elemental y el sentido común más de andar por casa. Es que hay gente que parece que se cae ahora del caballo. Y esto molesta bastante.
Así que, venga, dialoguen, dialoguen; pero desatasquen los principios de los que hay que partir. Sin ellos todo es confuso griterío, engañifa, desigualdad, inmoralidad… Y cabreo infinito.

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