jueves, 27 de febrero de 2020

!A JUGARRRRRRRRRRRRR!


 ¡A JUGARRRRRRRRRRRRRR!
No me cansaré de afirmar que, en la inmortal obra de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, se almacenan todos los asuntos de los que esta vida está compuesta; cualquier idea anda por sus páginas esperando ser arrancada para su consideración y desarrollo. Esto, y la inigualable forma de tratarlas, en léxico, ritmo, diálogos…, la hacen ápice de todas las obras y de todos los tiempos.
Ya más que mediada la segunda parte, cuando Sancho ejerce de gobernador insulano y recorre las calles para ejercer su oficio, se encuentra con un par de personas que discuten acerca de un tema que parecería lejano, pero que, sin embargo, se nos muestra radicalmente actual. Se trata de los juegos de azar. Tan solo recogeré algunas de las palabras que pronuncia Sancho al respecto. Estamos en 2, XLIX: “Lo que se ha de hacer es esto: vos, ganancioso, bueno, malo o indiferente, dad luego a este vuestro acuchillador cien reales, y más habéis de desembolsar treinta para los pobres de la cárcel; y vos, que no tenéis oficio ni beneficio, y andáis de nones en esta ínsula, tomad luego esos cien reales y mañana en todo el día salid de esta ínsula desterrado por diez años, so pena, si lo quebrantáredes, los cumpláis en la otra vida, colgándoos yo de una picota, o a lo menos el verdugo por mí mandado; y ninguno me replique, que le asentaré la mano. (…) Y enseguida añade: “Ahora, yo podré poco o quitaré estas casas de juego, que a mí se me trasluce que son perjudiciales”.
Ya se ve que no se anda con chiquitas Sancho ni atiende a demasiadas demandas burocráticas.
Hace tan solo unos días se anunciaba legislación para poner coto a la epidemia de casas de apuestas, que se extienden con más facilidad que el coronavirus por esta piel de toro. Las estadísticas siempre son frías y solo pueden ser orientativas, pero yo tengo la mala costumbre de trasladarlas a Béjar, esta ciudad estrecha en la que vivo, o sobrevivo. Y, cuando realizo esta operación, suelo quedarme sin resuello. ¿Se imaginan cuántos ludópatas pueblan las aceras, compran en las tiendas o nos dicen adiós cada día? ¿Seríamos capaces de imaginar siquiera el mundo que se esconde tras esta desdicha? Piensen primero en los propios enfermos del juego; hagan lo mismo con sus familias, extiendan la consideración a sus amigos y vecinos… Ufff.
Con todo, la enjundia del asunto anda un piso más abajo, hunde sus raíces en lo irracional de cualquier juego de azar. Nos solemos asustar cuando observamos exageraciones y ruinas, pero el intríngulis es el mismo con cualquier cantidad y en cualquier contexto. En más de una ocasión he razonado acerca de lo inhumano que resulta el hecho de que, en Navidad, por ejemplo, una persona solucione su vida por el hecho azaroso de haber entrado en un local y haber adquirido un décimo de lotería, mientras que el común de los mortales se afana y se consume haciendo cábalas y regates para llegar a fin de mes. Por supuesto, nadie me hace caso y hasta me miran con malos ojos; así que no seguiré con ese ejemplo.
Me quedo en la ludopatía y en las apuestas compulsivas. ¿Cómo se le pone coto a esto? ¿Cómo se conjuga su prohibición con la libertad personal para gastarse cada uno sus dineros en lo que quiera?
No es sencilla la solución. Pero no pidamos repicar y andar en la procesión, porque esto todavía no está inventado. Tampoco se ha inventado la existencia del ser humano individualizado y sin que sus acciones repercutan en la comunidad. Por eso tal vez tanta imposición de la comunidad en forma de leyes. Desde luego, esta no parece de las que necesiten demasiados remilgos. La vida humana es más que azar, es razón y es justicia. Y es también libertad, pero sin que afecte y produzca daños a los demás.

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