¿DOS REALIDADES?
La creación artística
puede esquematizarse en una tríada que abarca la materia, su moldeado y la
sensación que con ese moldeado seas capaz de producir. Es un esquema como para
andar por casa, pero creo que no se deja nada para atrás, por más que su glosa
nos podría llevar cientos y miles de páginas. Cada artista trabaja con unos
elementos materiales: sonidos, palabras, colores, ladrillos… Estos materiales
son trabajados y horneados de una manera especial: en ese trabajo consiste
esencialmente la labor del creador. El resultado es algo nuevo que tiene que
producir emoción y admiración por la razón que sea.
Pero si el esquema de la
creación parece despejado, no se presenta tan buen día cuando tratamos de
averiguar de qué o por qué surge el arte. ¿Cuál es el contexto que hace
inevitable el hecho de ponerse a moldear el material y, en definitiva, a crear?
Hay respuestas de todo
tipo. Yo no sé con cuál quedarme porque ninguna me convence del todo. ¿Se puede
decir, por ejemplo, que el arte surge del miedo a que la vida no signifique
nada? Se debería tratar, entonces, de la vida entendida como el quehacer
cotidiano más plano y grueso, más sin tensión y más del poder de la costumbre… Para
que surja otra vida más densa y activa, más personal, con más sentido, surgiría
la necesidad y el hecho mismo de la creación.
Sin embargo, habrá que
admitir como algo incuestionable que la vida cotidiana está ahí y va a seguir
estando ahí, regida por los elementos físicos, químicos y, en general, biológicos.
A ese discurrir inevitable del tiempo y del espacio, con sus leyes y con sus
variables, nos tenemos que sumar. O, incluso algo más, en él debemos
reconocernos como elementos que los conformamos y los definimos. No podemos
anularlos sin anularnos: somos nosotros mismos ese espacio y ese tiempo; son
nuestras acciones la definición última de esos conceptos.
Si no podemos anularlos,
porque los definimos, ¿cuál es nuestra postura más noble y humana? Muchos son
los planos en los que podemos reflexionar: biológico, social. psicológico, político…
Todos ellos son vida. Y no es lo mismo conformarla de una forma o de otra.
Pero hay tal vez otra más
alta y verdadera, otro nivel más noble y delicioso. Es el de recrearla buscando
la belleza. Es en ese momento en que nos proponemos la creación nueva cuando la
vida más de diario parece que merece menos la pena. ¡Y surge la necesidad de
elevarla en la creación! Ahí se esconde una palanca que empuja con fuerza y que
crea nuevas normas, nuevos esquemas, nuevas… realidades. La creación artística,
con más o menos éxito, ha echado a andar. Luego vendrán los poemas, las
novelas, las sinfonías, los edificios, los cuadros… Y ante ese nuevo mundo nos
mostraremos sorprendidos de diferentes maneras; tal vez incluso emocionados,
hasta para desear gozar de esa nueva realidad. Bastará para ello con creer en esas
nuevas realidades como algo posible y en la belleza que surge de creer en ellas.
No será poco reconocer la
necesidad de la vida desde el arte, o sea, la belleza. Tal vez no se trate de
negar -no tendría sentido-la vida de diario, sino de entender que, al menos,
deberíamos intentar elevarla un poco más, en busca de otras sensaciones que no
nos animen a pensar que la vida no significa nada.
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