Hay que ver con cuánto
empeño se ocupó don Quijote de dejar claras algunas cosas antes de su tercera y
más larga salida a volar la ribera y a la busca de aventuras. Pero el hilo que
dio paso al ovillo y la forma de pegar la hebra no fueron otros que el afán de
arreglar el mundo en dos patadas. Y así, “en
el discurso de su plática vinieron a tratar en esto que llaman “razón de
estado” y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquel,
reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un
nuevo legislador, un Licurgo moderno o un Solón flamante, y de tal manera
renovaron la república, que no pareció sino que la habían puesto en una fragua
y sacado otra que la pusieron…” Cap. 1, 2ª.
Cada cual echó su cuarto
a espadas y don Quijote, ya no hidalgo sino caballero, comenzó su perorata a
favor de sus semejantes de profesión, pues, como enseguida afirmó: “Caballero andante he de morir”. Y se
reafirmaba pensando en “las edades donde
los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la
defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos
y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes”. Casi
nada…
Pienso en lo hermoso que
resulta soltar las piernas, dar visita a los caminos, gozar de los paseos, ser
vecino de la naturaleza y, en buena compañía, soltar la lengua y arreglar el mundo en dos patadas. Es
oficio común y muy frecuente. Y menos mal que nunca se arregla del todo y,
además, se estropea en cuanto damos vuelta a la esquina, pues, si no, ¿de qué
íbamos a hablar después si de verdad arregláramos el mundo con nuestros
devaneos?
Creo que, con más
frecuencia de la deseada, soltamos lastre y cargamos el peso del castigo en
esas otras personas que llamamos representantes, o políticos. No sé si no se lo
tienen ganado, pues se presentan para esos cargos como si en ello les fuera la
vida, y no como un ofrecimiento de ayuda durante una temporada limitada.
No me parece la mejor
solución y tal vez deberíamos volver más la vista y el pensamiento hacia
aquello que anda más cerca de nosotros y, por ello, podemos influir más en su
arreglo y en su desperfecto. Sobre todo, porque tal vez entonces nos
calmaríamos más y templaríamos un poco nuestros ímpetus y nuestras soluciones
simplistas y falsas.
Don Quijote es capaz de
colgarse a sus espaldas cualquier proyecto, por más fantástico que este sea. Así
le va al buen hombre. Todos deberíamos ser un poco quijotescos para estar
dispuestos a arrimar el hombro y no a echar la culpa de todo a los demás.
No es tiempo ya de
salvadores, pues nos hemos de salvar todos un poco, a nosotros mismos primero,
y, a la vez, a los demás.
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