LOS ANCIANOS
A pesar de mis prevenciones y mis cautelas por no llenarme de cifras y
de imágenes que tanto me cuesta digerir, no puedo tampoco obviar los datos que
siguen llegando, como gota malaya, de los que, por la maldita pandemia, se van
quedando por el camino. Y el asunto dista mucho de estar controlado del todo.
Al menos es lo que, desgraciadamente, me parece.
Pero, en cuanto se glosan mínimamente, uno se da cuenta de que
son los ancianos los que han pagado y siguen pagando los principales costes de
este infierno. Lo hacen desde el primer día y todo indica que lo seguirán
haciendo hasta el último, si es que lo hay y tiene fecha en el calendario.
Una simple ojeada a la escala de valores nos muestra el lugar en el que
se les ha considerado, en esta sociedad de publicidad, de velocidad, de moda y
de apariencias. A la cola, ¿verdad? Menos cuando han venido mal dadas, pues
entonces han estado siempre prestos para sostener familias, para atender
nietos, para templar gaitas familiares, para dar consejos de experiencia si se
les ha querido escuchar, para relativizar impulsos, para dar un poco de
perspectiva, para perdonar, para…
Me gusta más la creación que la recreación, porque responde a los
impulsos del momento; pero hoy quiero aportar un poema de mi libro Brindis
al sol. Está dedicado a ellos, desde otros momentos ya distantes, pero
creo que con el mismo simbolismo. Va por ellos.
LOS
ANCIANOS
Siempre
fueron mis héroes favoritos,
concreciones
del tiempo y de los dioses.
Mi
pueblo era un pequeño territorio
acotado
en sus límites
sólo
para mis héroes.
Ellos
acumulaban el misterio
en
su lenta palabra. Los muchachos
sabíamos
que las noches
trasnochaban
con ellos. Las mañanas
los
hallaban dispuestos, en su sitio,
como
estatuas de siempre,
como sagrados templos naturales.
A
veces su silencio
-¡qué
tardes junto al poyo de la iglesia!-
sonaba
más que el tiempo en la ladera,
vertiginoso
y áspero. Casi siempre,
su
sagrada palabra detenía
los
pálpitos y el ritmo de la vida.
Las
historias, entonces, transportaban
el
alma de los niños de mi pueblo
hasta
un edén lejano,
más
allá de los cerros, con las tardes
que
guiñaban su luz descolorida
camino
de la noche y del olvido.
El
río se hacía eterno, los soldados
siempre
ganaban guerras, las encinas
supuraban
la savia de las peñas,
y
todo se nimbaba
con
una luz de oro. Las montañas
cerraban
nuestro valle
en
un espacio extraño
y
en un tiempo difuso.
Ellos
fueron mis héroes,
mis
dioses, mis refugios,
el
puente entre el temblor de la ceniza
y
el alma de la nada.
1 comentario:
Cumplido y bonito homenaje a ellos... a nosotros ya, si lo miras bien, porque ya pertenecemos al grupo de riesgo.
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