LA FE DEL CARBONERO
Ya
el maestro Correas recogía, en su Vocabulario
de refranes, la frase la fe del
carbonero. Hasta hoy se ha venido utilizando, aunque parece evidente que le
ha llegado su san Martín y está en claro declive. Se le acumulan todas las
razones: la fe no goza de muy buena salud y la actividad del carbonero se
cuenta entre las que casi han desaparecido.
Su
significado hace referencia a creer algo a pies juntillas, sin necesidad de
pruebas ni argumentos, e incluso rechazando cualquier evidencia.
A
mí me interesa de una manera especial porque, a pesar de ser del cuerpo, o sea,
hijo de carbonero, no creo poseer esa fe gremial, sino que ando luchando por
encontrar siempre alguna razón que sustente mis creencias, si es que me queda
alguna.
Pobres
carboneros, sus penosos trabajos no les dejaban tiempo para razonar y ocupar
sus mentes en disquisiciones varias. Doctores tiene la santa madre iglesia. No
era poco arrancar encinas, tronzar troncos, atizar carboneras o vigilar
bufardas. Las noches apenas tenían horas para descansar o para contemplar un
rato la luna. Y, a punto día, de nuevo al tajo, que el chozo no invitaba a buen
descanso ni las petallas permitían seguir melladas.
Yo
pasé varias noches de mi niñez en el chozo, al pie de las carboneras, mientras
se cocía el carbón y las cortas iban aclarando los montes. Allí, encetar el pan
era una fiesta y repartir el puchero en un común plato no daba ningún reparo a
nadie.
La
vida del carbonero, la fe del carbonero. Como para exigirle razones al
carbonero. Tengo para mí que la fe del carbonero hace más bien referencia a un “dejadme
en paz, que demasiadas ocupaciones tengo ya a diario como para pararme a pensar
por qué suceden o no suceden cosas que ni siquiera veo”. Y acaso esconda un
ápice de reivindicación social en lo más hondo. Luego vienen los marisabidillos
de la ciudad y los encajonan en el baúl de la ignorancia.
Pues
no, los carboneros son sabios y pocos conocen como ellos lo mejor y lo peor de
la naturaleza. Porque el roce hace el cariño. Y el odio, que no es más que el
reverso del cariño. Y, si queremos mantener el significado que le otorga el
maestro Correas, apláudase esa fe tan pura que no necesita en nada de la razón
para ejercitarse y que se fía más de la vida y de la acción que de la razón,
que, en cuanto se hace idea, mata la vida y el impulso, lo primigenio y el
impulso de los humildes a vivir por encima de todo. Su sencillez de corazón y
su falta de doblez tal vez los hagan más atractivos que a muchos de alto copete
y de títulos varios.
Yo
seré con orgullo el hijo del carbonero durante toda mi vida. Mis dudas
continuas me alejan de esa fe genérica del carbonero. Me cuesta pensar que esta
sea mi fe. Pero no reniego de ella. Sobre todo, si ayuda a vivir y a sentirse
vivo. Y que piense el sentimiento y sienta el pensamiento.
5 comentarios:
He dicho... No renuncies a ninguna de las dos... Las has vivido.
Magistral, amigo Antonio. Además del sentido profundo del texto, te felicito por esas palabras que rescatas del desuso y el olvido.
Qué hermosamente evocador
Un gran aplauso, cuñado. Gran reflexión y dominio de ese hermoso vocabulario. Y que viva la gente humilde, incluidos los carboneros. FJ.
Gracias a todos.
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