He asistido hoy a una fiesta nueva y vieja para mí. Sabía de su existencia pero nunca había acudido. Hoy me reclamaban mis amigos que, desde muy lejos, habían venido para confraternizar con gente de su gente, de su gens, de su tribu, de su familia, de su pueblo.
Los paporros estaban hoy en el Castañar para celebrar su propia virgen, su propia romería, su fiesta particular. Todas estas fiestas no son otra cosa que variantes de las fiestas de primavera, de las celebraciones de alegría por el buen tiempo y por el dominio de la luz y del calor. Después vendrán las fiestas de la recolección y las vestiremos de fiestas patronales de agosto y de septiembre, cuando, cansados y agostados los campos, nos ofrezcan sus sazonados frutos en forma de cosecha. Sobre esta realidad tan evidente, se superpone siempre ese empeño eclesial de marías y de vírgenes, de apariciones castañeras o de ramas de robles o de encinas. Qué más da. Es ese empeño inalterable de hacerse con todo que tienen siempre las religiones, sobre todo las religiones monoteístas.
El caso es que la gente, dejándose llevar por lo que sea -cada cual sabrá por qué-, se sale al campo, comparte pan y mantel, distribuye viandas, canta, se exhibe un poquito, menudea en las charlas, toma el sol, repasa la vida y siente que otro día se le va de las manos pero en compañía, al amparo de la amistad y de las buenas sensaciones.
Vino Jesús desde Málaga, que ya son ganas, vino Antonio desde Cáceres, que también son ganas, vinieron Tere y Pedro desde Salamanca, desde donde se necesitan menos ganas. Con ellos hemos estado y hemos compartido unas horas, las de la amistad y las de sentirnos juntos después de tantas semanas. Mejor que por defecto, por exceso; nunca hay que poner tino a estas reuniones. A mí me gustan siempre. Y si es entre amigos, no hay colores.
Digo que allí estuvimos Nena, Manolo y yo mismo, rodeados de buenas personas y, sobre todo, de amigos.
El Castañar estaba en su apogeo. La luz y el sol lo dominaban todo. Los vinos disputaban en sabores en nuestros paladares. Qué buenos quesos y qué hornazos trajo Tere. Hasta Pedro Cubino se puso de mi parte y asaltó nuestra mesa con platos bien guisados.
Nos volvimos a Béjar a eso de media tarde, con la sonrisa ancha, con la palabra gracias, con el sentido pleno, con una sensación de bienestar que solo los amigos nos ofrecen. Gracias por todo, hermanos.
Y mañana la fiesta en la Peña de la Cruz. Será para otra gente, pues no se puede estar todos los días. Pero será para ellos también otra sesión de complacencia, de bienestar alegre, de dar gracias a todo por la vida, por esta nueva luz que nos invade. Que está la primavera ya de paso y apenas se despide con ansias de verano.
1 comentario:
He conseguido, por fin, acceder a tu nuevo blog y he podido rescatar, otra vez, tu palabra. Fue, ayer, un buen día; un hermoso día. Gracias por estar ahí, como siempre, para recibirnos, sobre todo porque tuviste que poner resistencia a esa dichosa ciática. Me alegró volver a estar con Nena y a encontrarme con el siempre cercano Manolo. Tere, Pedro y Jesús fueron el complemento perfecto. Fue un día feliz; un día de pan y de vino, de luz, de palabra y de amistad. Gracias a todos; a Manolo por partida doble, porque me ha ayudado a colgar este comentario. Antonio Merino.
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