Tengo a mi caballero de nuevo en disposición de que, “cuando menos lo pensemos, sale otra vez a volar la ribera”. Quiero decir que este don Quijote que yo frecuento cada año está en condiciones de salir de nuevo por esos mundos de Dios en su tercera salida, en esa que coincide con la segunda parte del extraordinario libro. Y lo hace precisamente hoy, jueves, día en el que se anuncia la primera ola de calor. Pobrecito.
Había vuelto el hombre encerrado en jaula de león, sumiso y derrotado, menudeado en piedras y guijarros, rotos los dientes hasta vaciarse de ellos, baciyelmado, flaco y enteco, siempre dominado y apagado por los magos, harto de no dormir y hasta sucio en aguas de todo tipo. Así, un domingo en el que la gente del pueblo andaba remudada, apareció en el carro, por la plaza y encamó tratando de curar sus desventuras.
Parecía que todo se iba a apaciguar, pero no hubo tal porque, en cuanto las fuerzas le volvieron y se incorporó en el lecho, la ocasión le fue propicia para volver sobre sus ideales y sobre sus intenciones de hacer tercera salida para “desfacer tuertos”.
Es muy fácil imaginar la escena que pinta el autor y hacedor del personaje, tan eximio como acumulador de incoherencias y de errores formales, por otra parte. Helos ahí a los tres, don Quijote, el cura y el barbero, arreglando el mundo, como sucede ahora mismo en cualquier bar, en torno de un vaso de vino o en torno de una mesa tratando de arreglar el mundo. Se lo pusieron todo a pedir de boca al caballero. Puesto que la situación está muy mal, la mejor forma de arreglarlo es resucitar la existencia de la caballería andante, la presencia por esos mundos de Dios de personas dispuestas a solucionar las deficiencias: “-¡Cuerpo de tal –dijo a esta sazón don Quijote- ¿Hay más sino mandar a Su Majestad por público pregón que se junten en la corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan por España, que aunque no viniesen sino media docena, tal podría venir entre ellos, que solo bastase a destruir toda la potestad del Turco? (….) Dios mirará por su pueblo y deparará alguno que, si no tan bravo como los pasados andantes caballeros, a lo menos no le será inferior en el ánimo, y Dios me entiende, y no digo más”.
¿Cómo no trasladar la escena a algo que sucede estos mismos días? Cualquiera puede ver por esas calles y parques a algunos grupos dispuestos a solucionar, de viva voz, las injusticias presentes y hasta futuras. También caen sobre ellos las pedradas de la infamia, de la incomprensión, de la malicia y hasta de la venganza. Pero les anima, como a don Quijote, la mejor voluntad, el deseo de gritar fuerte que hay mucho tuerto señoreándose por esos mundos de Dios, que, por decirlo con frase más reciente, “otro mundo es posible”. Es posible que sus deseos no igualen en posibilidad con la realidad, que se desinflen con la derrota y con el poder de los contrarios, que de vez en cuando hasta caigan en sus propias contradicciones… Es igual, por encima de todo, se verán las nubes blancas de la ilusión, las luces de la esperanza que alumbran, la necesidad de mejor vida que proclaman. Es posible, y hasta probable, que los encierren en el sistema (en su aldea vital, como le pasó al caballero), para morir en él, pero la pequeña hazaña durará en el tiempo, como modelo y como senda en la que hay que caminar cada día.
Don Quijote cabalga, aunque en caballo matalote -rocín antes-, desde hace cinco siglos. Y lo hará por mucho tiempo más. Sus oponentes solo nos interesan como referentes que no han de ser imitados. Cada cual sabrá en qué cuadrilla quiere apuntarse.
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