lunes, 27 de junio de 2011

PÁJAROS DE VERANO

Hace ya años que me negué a asistir a eso que llaman procesión del Corpus. Creo que desde los años en los que me tocó ejercer de concejal en este ayuntamiento y me veía entre la espada y la pared, entre mis convicciones y esa obligación social que uno se echa encima, nunca se sabe muy bien si real o un poco inventada.
La teoría me sigue resultando sencillísima. Se trata de un acto religioso en el que tendrían que intervenir los fieles de esa religión y nada más, con su libertad y con su libre voluntad. Sin embargo, en esta, y en casi todas las demás poblaciones de esta piel de toro, se funden por las mismas calles representantes de casi todos los grupos de poder. Así, en casi todas estas procesiones se mezclan poderes religiosos, poderes civiles, poderes militares y hasta se apuntan jefes de correos, que los he visto yo presumiendo.
¿Por qué? Analizar la causas nos lleva a una historia en la que, desde casi siempre, en este país, y en casi todos los demás, se han aliado las fuerzas civiles con las religiosas, en una macedonia que no siempre tiene sabor dulce precisamente. ¿Qué coño pintan representaciones militares al lado de un emblema religioso? Si la corporación quiere asistir, ¿por qué no lo hace como otras personas más y se despoja de toda muestra de mando? ¿A qué van allí, a rendir pleitesía y subordinación a elementos religiosos? A eso se le llama volver a la más oscura Edad Media, y alguno de nosotros hasta se atreve a pensar que han pasado varios siglos y que algo tendríamos que haber avanzado ya. En Béjar, además, por si quedara alguna duda, se rinden públicamente banderas civiles ante la representación religiosa. Absolutamente anacrónica la acción, irracional y que nos sitúa en la noche de los tiempos. Y, por si fuera poco, a buscar el reconocimiento de fiesta regional o nacional, por si pueden venir turistas y dejarnos los euros en los bares. A eso hemos reducido públicamente una fiesta religiosa como esta. Como esta y como casi todas las demás.
Así que me quedé en casa, incluso sin la presencia de Sara, que se fue con Nena, con su madre y con su padre a ver lo que se cocía (por la calorina y por el sentido figurado) por ahí.
Aproveché para ver en DVD el concierto “Dos pájaros de un tiro”, concierto que conocía bien aunque solo en sonido y no en imagen. En él y con él disfruté y me llené de sensaciones. Serrat y Sabina son dos de los grandes, dos de aquellos a los que yo tanto admiro. Ellos me dejan las sensaciones de la amistad, de los sones bien acordados, de las palabras bien utilizadas, de las metáforas mejor conseguidas, de la comunión de miles de personas que se mueven ante esas invitaciones a la sensibilidad, de un buen puñado de ideas que empujan a pensar y a actuar junto a los demás y en favor de los demás, sobre todo de aquellos que más lo necesitan y de aquellos que, ante la vida se colocan con los deseos de confeccionársela ellos mismos, sin dejar llevarse por tópicos ni imposiciones añejas y deshumanizadas. En ese concierto era también yo el que cantaba y el que sentía, el que disfrutaba y el que me proponía intentar cosas distintas.
No sé si, en el fondo, no era otra procesión, pero estoy seguro de que aquí nadie me imponía nada, solamente se me sugería y se me invitaba a sentir y a pensar; y no me sentía inferior a nada ni a nadie sino partícipe de emociones en igualdad de condiciones. Y, siendo así, mira tú por dónde, ya hasta me atrevo a bajar banderas para decir que sí, que a mí también me interesan estas emociones, que yo también quiero jugar a ellas.
Ah, y además estaba a la sombrita de mi aire acondicionado.
Cuando volvió Sara, mi niña estaba sofocada por el calor. Cachis.

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