Hoy sí que, más que nunca, Madrid
es rompeolas de todas las Españas. Es una tarde gris y algo encogida; después de bastantes días de
entrante primavera, parece que al tiempo se le ha encogido por un rato el
estómago y se ha parado como para sentirse un poco y ponerse la mano encima.
Esta mañana he paseado por la
margen izquierda del río Cuerpo de Hombre. El rumor y la compañía de sus aguas
me han llevado desde la calzada romana de la Plata hasta Montemayor. A su
orilla he comido y me he solazado mirando los montes y viendo como surgen a la
vida las flores y las hojas con las que se adorna la primera primavera en estas
tierras. No hacía nada de frío y el sol brillaba en lo alto. Después se ha
vuelto gris y anda como enfadado.
Durante la mañana me he acordado
en silencio de tantas personas que, en esos momentos, hacían su aproximación a
pie hasta Madrid, llegados desde todos los puntos geográficos de la península.
Y me he sentido mal, con mi conciencia un poco turbia por estar tan lejos de
ese río de dignidad y de esperanza
Ahora estoy en mi casa y sé que
todos ellos, y muchos más que se les sumarán en la capital, estarán
manifestándose por las calles, gritando al viento todo lo que traían escondido
en su corazón desde tan lejos. Y estoy viendo en mi mente toda una explosión de
ánimos y un estruendo de gritos por una justicia que no llega, por una dignidad
que se mantiene pero que se prefiere basada en una justicia distributiva inexistente,
y un arrebato de ilusión por un mundo más justo y más humano.
Y yo no estoy allí y siento vergüenza
por no arrimar mi grito a sus canciones, por no sumar mi indignación a sus
quejas y por no hacer saber que ellos son los más dignos. Podría pensar egoístamente
que a mí me afecta menos, que por ahora llego a fin de mes, que tengo una paga mensual
asegurada, que protesten los que más lo necesitan, que… Y sería un egoísta y un
indigno. Por eso siento vergüenza de no estar allí con ellos.
En algunos periódicos de derechas
(de extrema derecha) conminan a los poderes policiales a actuar con dureza
contra cualquier desmán de los manifestantes. Qué barbaridad. ¿Cómo se puede
intentar convivir con semejantes sujetos? ¿Qué quieren hacer contra los que
llegan cansados y rendidos desde lejos pero en pie con toda su dignidad a
cuestas? Hoy España huele a dignidad y ese olor procede de todas las columnas
que se concentran en el centro de Madrid. Desde allí llega el aliento a todos
los rincones. Menos mal que este olor tapa y entierra el hedor de todos los que
vocean contra cualquier exigencia de justicia y de solidaridad entre las
personas de esta comunidad llamada España.
Loor a estas columnas de personas
que mantienen la luz de la esperanza en un mundo mejor y más humano. Ellos
agitan mi conciencia para que no se duerma y alientan mi sentimiento de vergüenza
por no hacer cada día cualquier pequeño empuje por un mundo menos oscuro y un
poco más habitable.
1 comentario:
solo escribes ponzoñas
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