sábado, 22 de marzo de 2014

LAS COLUMNAS DE LA DIGNIDAD


Hoy sí que, más que nunca, Madrid es rompeolas de todas las Españas. Es una tarde gris  y algo encogida; después de bastantes días de entrante primavera, parece que al tiempo se le ha encogido por un rato el estómago y se ha parado como para sentirse un poco y ponerse la mano encima.
Esta mañana he paseado por la margen izquierda del río Cuerpo de Hombre. El rumor y la compañía de sus aguas me han llevado desde la calzada romana de la Plata hasta Montemayor. A su orilla he comido y me he solazado mirando los montes y viendo como surgen a la vida las flores y las hojas con las que se adorna la primera primavera en estas tierras. No hacía nada de frío y el sol brillaba en lo alto. Después se ha vuelto gris y anda como enfadado.
Durante la mañana me he acordado en silencio de tantas personas que, en esos momentos, hacían su aproximación a pie hasta Madrid, llegados desde todos los puntos geográficos de la península. Y me he sentido mal, con mi conciencia un poco turbia por estar tan lejos de ese río de dignidad y de esperanza
Ahora estoy en mi casa y sé que todos ellos, y muchos más que se les sumarán en la capital, estarán manifestándose por las calles, gritando al viento todo lo que traían escondido en su corazón desde tan lejos. Y estoy viendo en mi mente toda una explosión de ánimos y un estruendo de gritos por una justicia que no llega, por una dignidad que se mantiene pero que se prefiere basada en una justicia distributiva inexistente, y un arrebato de ilusión por un mundo más justo y más humano.
Y yo no estoy allí y siento vergüenza por no arrimar mi grito a sus canciones, por no sumar mi indignación a sus quejas y por no hacer saber que ellos son los más dignos. Podría pensar egoístamente que a mí me afecta menos, que por ahora llego a fin de mes, que tengo una paga mensual asegurada, que protesten los que más lo necesitan, que… Y sería un egoísta y un indigno. Por eso siento vergüenza de no estar allí con ellos.
En algunos periódicos de derechas (de extrema derecha) conminan a los poderes policiales a actuar con dureza contra cualquier desmán de los manifestantes. Qué barbaridad. ¿Cómo se puede intentar convivir con semejantes sujetos? ¿Qué quieren hacer contra los que llegan cansados y rendidos desde lejos pero en pie con toda su dignidad a cuestas? Hoy España huele a dignidad y ese olor procede de todas las columnas que se concentran en el centro de Madrid. Desde allí llega el aliento a todos los rincones. Menos mal que este olor tapa y entierra el hedor de todos los que vocean contra cualquier exigencia de justicia y de solidaridad entre las personas de esta comunidad llamada España.

Loor a estas columnas de personas que mantienen la luz de la esperanza en un mundo mejor y más humano. Ellos agitan mi conciencia para que no se duerma y alientan mi sentimiento de vergüenza por no hacer cada día cualquier pequeño empuje por un mundo menos oscuro y un poco más habitable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

solo escribes ponzoñas