miércoles, 9 de julio de 2014

DEPORTE Y SUPERSTICIÓN



Me gusta el fútbol. Quiero decir verlo, que uno no anda para esas prácticas tan violentas. Se trata de un deporte de equipo en el que cuentan muchas cosas, tal vez demasiadas, y que abre puertas también a muchas otras relaciones y actividades. Si uno se lo tomara a guasa, tampoco sería muy sencillo defender ese empeño tan notable en introducir un balón en una portería, sabiendo que de allí no va a pasar; aunque para mí que, en este nivel, ningún deporte supera al baloncesto, pues consiste en el mismo empeño pero con el añadido de que el cesto en el que se introduce está siempre roto y el balón se vuelve siempre a salir.
El caso es que el fenómeno del fútbol ha alcanzado unos niveles de participación y de implicación social como tal vez ningún otro deporte a lo largo de la Historia. Ahora mismo, medio mundo y la otra mitad andan expectantes ante lo que sucede en el campeonato del mundo que se celebra en Brasil. El asunto, como tantos, otros daría para consideraciones amplísimas que no caben aquí.
Ayer vi en mi casa y en mi sofá el partido entre Brasil y Alemania. Me divertí bastante con un espectáculo que me pareció extraordinario. El resultado resultó ser también extraordinario por abultado y por inesperado: ¡Brasil 1 / Alemania 7! Dicen que fue la mayor derrota del equipo suramericano en toda su historia deportiva.
Todo hubiera quedado ahí si no fuera porque este deporte en Brasil es toda una religión y una señal de identidad de no se sabe muy bien qué si no es superstición o algo parecido. A partir de este resultado se ha desatado todo un mundo de acontecimientos y de calificaciones que son buena muestra de la escala de valores en la que anda esta sociedad metida, no solo la sociedad brasileña sino la de todas partes. Hoy he visto como los telediarios se abrían con un buen puñado de minutos dedicados a este hecho y de qué manera se hablaba de humillación, debacle, derrota, afrenta, burla, goleada e hito históricos y cien superlativos léxicos más. Curiosamente, se dedica menos espacio y demostración léxica a la victoria y a los vencedores, pues ya se sabe que eso tiene menos morbo y vende menos, aunque los que se ponen a ello no escatiman excesos ni exageraciones. Es el lenguaje deportivo, que es así el pobrecito, tan neutro, tan sosegado, tan poco guerrero. Después los mismos que se ejercitan como los guerreros de primera línea con la pluma o la voz en ese ambiente se quejan de que los aficionados meen fuera del tiesto y preparen las trifulcas que preparan. Una hipocresía más de la escala de valores en la que se mueven y nos hacen mover.
Porque el asunto no acaba ahí. Ya en el mismo partido y a la vista de lo que estaba sucediendo, los asistentes parecía que asistían a un funeral, a una hecatombe o al diluvio universal. Lloros, gestos de rabia, silbidos, miradas perdidas, desconsuelos… Y fuera del estadio… tragedia nacional: rotura de mobiliario, manifestaciones (¿contra qué?), paranoias y luto nacional mayor que si se hubiera perdido la honra nacional y personal. Acaso porque realmente sí se había perdido esa honra nacional, algo que solo puede suceder si se considera eso honra y no solo un pasatiempo. Porque ya en los prolegómenos todo parecía indicar que allí se mascaba la tragedia o que comenzaba la tercera guerra mundial: se alzaban las manos al cielo, se invocaba a los dioses, se cantaba el himno como si se dieran vueltas al caldero en una tribu india y se conjuraba a todos los espíritus, en una mezcla extraña de religión, superstición e imbecilidad.
Cuando en el deporte el resultado es positivo, los participantes se convierten en héroes, en brujos de la tribu, en intermediarios con los dioses o en los mismos dioses; cuando es negativo, como lo fue ayer, supongo que todo se viene abajo pues fallan los dioses, los brujos, los ancianos de la tribu, las supersticiones y las bobadas todas. Los jugadores y los asistentes al circo se sienten abandonados por el destino y acaso vuelvan a la realidad diaria de la escasez, de las diferencias y de la pertinaz constancia de que la vida es algo más que balones y avasallamientos deportivos. Me gustaría que en ese inmenso y rico país -y en todo el mundo, pues, si no con la misma fuerza, sucede algo parecido-, todo volviera a la calma y que de una vez por todas se entendiera que el deporte es eso y nada más, que para que uno gane es necesario que otro pierda, y que nada tenía que ser más importante que la belleza y la solidaridad entre los que lo practican. Si no, el día en el que se es vencedor luce el sol, pero el día en el que se pierde, la oscuridad es más densa y se termina quedando uno ciego. Y nunca hay ni que apabullar al perdedor ni que endiosar al ganador. Porque arrieritos somos. ¿No sería laudánico para los jugadores de Brasil que ahora se acordaran de las formas apabullantes y avasalladoras que utilizaron contra el equipo español hace solo un año? Pues mira tú por dónde…
Si fuera verdad, y creo que lo es, que cuanta mayor exageración menor nivel cultural, creo que, en este asunto, Brasil lo tendría difícil para alcanzar el aprobado. Sin generalizar, por supuesto.

Quizás muchos de otros lugares también tendrían que volver en septiembre.

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