He leído en un par de ocasiones,
distanciadas por bastantes años, el Discurso
Preliminar de la Enciclopedia Francesa. Son apenas
unas ciento cincuenta páginas, no el muelo de volúmenes que la desarrollan. La
última vez me ha hecho olvidarme un poco de los fuertes calores de estos dos
últimos días.
De una obra de este tipo me
interesa no tanto su contenido, que ni conozco ni creo que merezca la pena
conocerlo por el desarrollo que de todos los temas se ha producido desde que se
publicó, sino los principios que la fundamentaban y la siguen fundamentando: en
eso consiste este discurso preliminar.
No es el primero pero sí el más
importante aldabonazo para empujar la edad contemporánea desde su explosión en
la Revolución Francesa y todo lo que ella supone. Se trata, y ese es para mí su
valor fundamental, de un esfuerzo colectivo de poner negro sobre blanco la
esencia de todo el saber en aquel momento. Pero no de una manera almacenada y
desordenada, sino de acuerdo con lo que la investigación racional indicaba que
había sido el desarrollo del conocimiento humano. Por eso, más que otra cosa se
trata de un tratado filosófico en torno del cual se articula y se deja posar el
índice de principios de las diversas ciencias tejidas y jerarquizadas entre sí.
A nadie puede extrañarle que
supusiera un referente intelectual y social durante tanto tiempo. Y no por los
contenidos, casi todos superados en el tiempo, sino en los principios y en el
orden de los principios.
En el campo literario, el siglo
dieciocho no suele ser muy apreciado. Poco importa. Se llama el siglo de las
luces, es el siglo del racionalismo, es el tiempo de poner bases racionales y
de darles alguna patada a los misterios
sin base contrastable. La Enciclopedia hizo mucho por ello. La sociedad
se lo tendría que agradecer. En su país, claro, porque en España nos quedamos a
dos velas o casi a oscuras, como casi siempre.
Me viene a la memoria la Historia
de Béjar que se ha publicado no hace mucho. En ella, a su manera, participan
diversas personas conocedoras de diversos temas que tienen que ver con la vida
de la ciudad. Es una obra coral, como lo fue la Enciclopedia, cada cual en su
nivel, por supuesto. No estoy seguro de que responda a unos principios comunes
y claros. Este principio de anclaje, de justificación y de importancia es lo
que le da importancia y gran valor al gran libro francés.
Casi todos nosotros solemos tener
una visión parcial y reducida de la vida, se nos va en lo que ven nuestros ojos
a dos palmos y en lo que nos interesa en cada momento. Pero es que la vida y la
actividad humana, sobre todo las de la comunidad, son suma de numerosos
elementos que se tejen y se arropan, y es solo en esa visión panorámica donde
encontramos verdadero sentido a las cosas más pequeñas y a los elementos
particulares.
La justificación tiene sentido en
todos los ámbitos de la vida: un médico de garganta no puede desconocer que a
su lado está el estómago, ni un profesor de lenguas puede desconocer que su
conocimiento no es más que un pequeño dado del juego de damas que supone la
comunicación. ¿Cómo, entonces, sacar pecho y pensar que la vida se agota en
nuestro pequeño mundo y en nuestra especialidad?
Hoy coincide con la fiesta
nacional francesa. Creo que este paso intelectual, de intento de concepción y
de explicación global del saber y de los intereses humanos que aporta la
Enciclopedia es algo que hay que agradecerles a gentes de este país. La
modernidad desde ese momento empezó a ser otra.
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