lunes, 14 de julio de 2014

LA ENCICLOPEDIA FRANCESA


He leído en un par de ocasiones, distanciadas por bastantes años, el Discurso Preliminar de la Enciclopedia Francesa. Son apenas unas ciento cincuenta páginas, no el muelo de volúmenes que la desarrollan. La última vez me ha hecho olvidarme un poco de los fuertes calores de estos dos últimos días.
De una obra de este tipo me interesa no tanto su contenido, que ni conozco ni creo que merezca la pena conocerlo por el desarrollo que de todos los temas se ha producido desde que se publicó, sino los principios que la fundamentaban y la siguen fundamentando: en eso consiste este discurso preliminar.
No es el primero pero sí el más importante aldabonazo para empujar la edad contemporánea desde su explosión en la Revolución Francesa y todo lo que ella supone. Se trata, y ese es para mí su valor fundamental, de un esfuerzo colectivo de poner negro sobre blanco la esencia de todo el saber en aquel momento. Pero no de una manera almacenada y desordenada, sino de acuerdo con lo que la investigación racional indicaba que había sido el desarrollo del conocimiento humano. Por eso, más que otra cosa se trata de un tratado filosófico en torno del cual se articula y se deja posar el índice de principios de las diversas ciencias tejidas y jerarquizadas entre sí.
A nadie puede extrañarle que supusiera un referente intelectual y social durante tanto tiempo. Y no por los contenidos, casi todos superados en el tiempo, sino en los principios y en el orden de los principios.
En el campo literario, el siglo dieciocho no suele ser muy apreciado. Poco importa. Se llama el siglo de las luces, es el siglo del racionalismo, es el tiempo de poner bases racionales y de darles alguna patada a los misterios  sin base contrastable. La Enciclopedia hizo mucho por ello. La sociedad se lo tendría que agradecer. En su país, claro, porque en España nos quedamos a dos velas o casi a oscuras, como casi siempre.
Me viene a la memoria la Historia de Béjar que se ha publicado no hace mucho. En ella, a su manera, participan diversas personas conocedoras de diversos temas que tienen que ver con la vida de la ciudad. Es una obra coral, como lo fue la Enciclopedia, cada cual en su nivel, por supuesto. No estoy seguro de que responda a unos principios comunes y claros. Este principio de anclaje, de justificación y de importancia es lo que le da importancia y gran valor al gran libro francés.
Casi todos nosotros solemos tener una visión parcial y reducida de la vida, se nos va en lo que ven nuestros ojos a dos palmos y en lo que nos interesa en cada momento. Pero es que la vida y la actividad humana, sobre todo las de la comunidad, son suma de numerosos elementos que se tejen y se arropan, y es solo en esa visión panorámica donde encontramos verdadero sentido a las cosas más pequeñas y a los elementos particulares.
La justificación tiene sentido en todos los ámbitos de la vida: un médico de garganta no puede desconocer que a su lado está el estómago, ni un profesor de lenguas puede desconocer que su conocimiento no es más que un pequeño dado del juego de damas que supone la comunicación. ¿Cómo, entonces, sacar pecho y pensar que la vida se agota en nuestro pequeño mundo y en nuestra especialidad?

Hoy coincide con la fiesta nacional francesa. Creo que este paso intelectual, de intento de concepción y de explicación global del saber y de los intereses humanos que aporta la Enciclopedia es algo que hay que agradecerles a gentes de este país. La modernidad desde ese momento empezó a ser otra.

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