domingo, 6 de julio de 2014

LA DIFUSA BARRERA DEL PASADO


Cualquier rostro de un ser querido del pasado ha ido pagando su tributo al tiempo y se ha ido desdibujando hasta perder un poco sus perfiles y hasta los hitos que tan claramente marcaban en camino. Primero duelen todos sus poros, pero poco a poco se va haciendo su piel más oscura y moteada, menos singular y más neutra; su espacio lo van llenando otras imágenes más próximas y nuevas, como si quisieran ocupar un espacio en el que no caben todas. Por eso, de empujón en empujón, de olvido en olvido, la bruma va ganando terreno y coloca los primeros planos en partes más pequeñas de panorámicas en las que nada es ya absoluto y dominante.
Es verdad que hay imágenes que se resisten tenazmente a dejar el primer plano. Sus razones tendrán, porque no todos los fuegos se apagan con la misma cantidad de agua. Ni falta que hace que así sea. A buen seguro que hay imágenes que no querríamos que se difuminaran nunca. Pero todas sufren un proceso más o menos acelerado de envejecimiento.
Es probable que esa sea la mejor manera que tenemos para poder seguir viviendo y que no suponga ningún deseo buscado de olvidar el pasado. Pero cualquier persona se asoma a la ventana de la vida y ve que pasa gente nueva; y primero tal vez no distinga ni separe a las personas, pero poco a poco se va fijando en ellas; tal vez después las aproxime mentalmente o incluso comparta sus afectos; y hasta termine dándoles el primer plano en su mente, ese primer plano que antes ocupaba otro ser u otro objeto.
Es el discurrir inevitable de la vida, el eterno fluir de las cosas y el cambio permanente en este caos perfecto en el que nuestras vidas no son más que otros agentes más, diminutos y leves, pero sumandos de esa conciencia última y total que todo lo engloba y todo lo transforma.
Otra cosa distinta es el olvido, esa pared última donde se diluye la voz de la conciencia, ese lugar eterno e infinito del que nos hemos escapado por un momento para tener conciencia y experiencia de la vida, de esta vida sencilla y diminuta en la que ya estar es un milagro.
Si no fuera demasiado, me gustaría pedirme una promesa, la de alargar la llegada del olvido y la de promover el recuerdo positivo y solo el positivo, esos momentos buenos que con todos los seres con los que me he rozado he compartido, y esas sensaciones agradables que el resto de los seres y de las cosas han producido en mi con su contemplación y con su acogimiento.

Al fin, el pasado no se puede modificar pero sí seleccionarlo para la memoria y se puede hacer de él un florilegio de rosas sin espinas. Tal vez la mejor manera de encarar el futuro con menos sensaciones negativas y con consciencia clara de que todos somos sencillamente un azar en el camino hacia una última sensación cósmica que no sabemos ni cómo llamarla con alguna precisión.  

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