Cualquier rostro de un ser
querido del pasado ha ido pagando su tributo al tiempo y se ha ido desdibujando
hasta perder un poco sus perfiles y hasta los hitos que tan claramente marcaban
en camino. Primero duelen todos sus poros, pero poco a poco se va haciendo su
piel más oscura y moteada, menos singular y más neutra; su espacio lo van
llenando otras imágenes más próximas y nuevas, como si quisieran ocupar un
espacio en el que no caben todas. Por eso, de empujón en empujón, de olvido en
olvido, la bruma va ganando terreno y coloca los primeros planos en partes más
pequeñas de panorámicas en las que nada es ya absoluto y dominante.
Es verdad que hay imágenes que se
resisten tenazmente a dejar el primer plano. Sus razones tendrán, porque no
todos los fuegos se apagan con la misma cantidad de agua. Ni falta que hace que
así sea. A buen seguro que hay imágenes que no querríamos que se difuminaran
nunca. Pero todas sufren un proceso más o menos acelerado de envejecimiento.
Es probable que esa sea la mejor
manera que tenemos para poder seguir viviendo y que no suponga ningún deseo
buscado de olvidar el pasado. Pero cualquier persona se asoma a la ventana de
la vida y ve que pasa gente nueva; y primero tal vez no distinga ni separe a
las personas, pero poco a poco se va fijando en ellas; tal vez después las
aproxime mentalmente o incluso comparta sus afectos; y hasta termine dándoles
el primer plano en su mente, ese primer plano que antes ocupaba otro ser u otro
objeto.
Es el discurrir inevitable de la
vida, el eterno fluir de las cosas y el cambio permanente en este caos perfecto
en el que nuestras vidas no son más que otros agentes más, diminutos y leves,
pero sumandos de esa conciencia última y total que todo lo engloba y todo lo
transforma.
Otra cosa distinta es el olvido,
esa pared última donde se diluye la voz de la conciencia, ese lugar eterno e
infinito del que nos hemos escapado por un momento para tener conciencia y
experiencia de la vida, de esta vida sencilla y diminuta en la que ya estar es
un milagro.
Si no fuera demasiado, me
gustaría pedirme una promesa, la de alargar la llegada del olvido y la de
promover el recuerdo positivo y solo el positivo, esos momentos buenos que con
todos los seres con los que me he rozado he compartido, y esas sensaciones
agradables que el resto de los seres y de las cosas han producido en mi con su
contemplación y con su acogimiento.
Al fin, el pasado no se puede
modificar pero sí seleccionarlo para la memoria y se puede hacer de él un
florilegio de rosas sin espinas. Tal vez la mejor manera de encarar el futuro
con menos sensaciones negativas y con consciencia clara de que todos somos
sencillamente un azar en el camino hacia una última sensación cósmica que no
sabemos ni cómo llamarla con alguna precisión.
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