lunes, 7 de julio de 2014

EL SENTIDO COMÚN Y EL DESEO

               
El ser humano está condenado en su vida a la actividad, a hacer y hacer, sin tiempo muchas veces para buscarle sentido a aquello que realiza; come, trabaja, se reproduce, va al bar, duerme, compra, ve la televisión, se deja llevar por las costumbres, cumple años, vive…, hace, hace y hace. Se distingue del resto de los seres en que posee la capacidad para describir y para explicar, para encontrar las conexiones lógicas entre los hechos y para ordenar y modificar el rumbo de sus acciones.
En algún nivel superior, incluso puede intentar la identificación de lo que entendemos como el bien y el mal. Es entonces cuando promociona unos hechos y rechaza otros, se aplica a unas actividades y evita otras diferentes. No es tarea sencilla esta, aunque, en niveles elementales de utilidad, todos la practicamos, ayudados tal vez por el instinto de conservación o por la simple inercia de la costumbre. Los niveles más altos en los que se les buscan las vueltas a los conceptos de bien y mal acaso es mejor dejarlos para los filósofos, aunque no estaría mal que todos aprobáramos al menos el curso de ingreso en el mundo de la filosofía.
Y con esa base tan desigual de discernimiento, nos ponemos a la acción y vivimos, practicamos y nos conducimos en nuestros comportamientos individuales y sociales.
Aunque no ascendamos del peldaño más grosero de la distinción entre los vicios y las virtudes, aún nos queda la posibilidad de al menos jerarquizarlos y de ordenarlos de manera ascendente o descendente. No sería mala práctica, sobre todo para no caer en el pecado de la equidistancia cuando de juzgar acciones de los demás se trata, o de evitar o elegir solo aquellos vicios o aquellas virtudes que mejor admitamos o que más rechacemos. No todo es igual, ni en cantidad ni en calidad.
No tengo muy claro si son mejores o peores las virtudes o los vicios en los que intervienen más la inteligencia o los impulsos. Me cuesta elegir.
Pienso en los males, por ejemplo, y no sabría qué decir de dos actos como la ignorancia o la embriaguez, el primero cerca de la inteligencia y el segundo pegado al descontrol del deseo. La ignorancia provoca acciones continuas de falta de sensibilidad, de incivilidad, de egoísmo, de desconsideraciones sociales, resulta al fin carísima a la comunidad y enciende un rechazo para el trato diario entre los individuos. ¿Qué se puede decir de un ser que aparca siempre mal, que come pipas en los sitios públicos, que pisa el césped, que golpea las puertas, que da voces, que no alcanza ni un grado mínimo de comportamiento social? Y todo ello sin entrar a considerar su imposibilidad de trabar un razonamiento sencillo con premisas y conclusiones, con causas y consecuencias sencillas y evidentes.
Pero la embriaguez desata y desinhibe, convoca a la superficie a todo aquello que cualquier cortapisa personal o social retenía en el fondo del salón y, pasado cierto nivel, descontrola cualquier control físico o mental del que la padece. Ver a un borracho es tener la certeza de la degradación en todos los sentidos. Lucrecio lo describía así: Quum vini vis penetravit… consequitur gravitas membrorum, praepediuntur crura vacillanti, tardescit lingua, madet mens, nant oculi; clamor singultus, iurgia, griscunt. Algo así como esto: Cuando el vino penetra al hombre… luego sus miembros se vuelven pesados, su paso es vacilante, su lengua tarda, su alma embotada, sus ojos inciertos; y grita, solloza, tartamudea.
Por desgracia, hay demasiados ejemplos de ambos niveles, de aquellos que parecen apelar más a la inteligencia -aunque sea solo a la más elemental y sencilla- y de los que dependen con más fuerza de los impulsos y de los deseos primarios; seguro que todos llevamos a la espalda fotografías de uno y de otro campo. Y la calidad bien entendida empieza por uno mismo.

De todos modos hasta llegar, desde un comportamiento mínimamente racional y de dominio de los sentidos, a lo que me encuentro cuando salgo de casa y me doy un paseo (aparcamientos, golpes, voces, pipas, mierdas de perros, velocidades, aglomeraciones…) y lo que parece que hacen algunas turistas en los bares de alguna zona de Mallorca para conseguir bebidas con las que perder la conciencia y el dominio mental, parece que hay un trecho largo que no deberíamos recorrer. Al menos con tanta frecuencia y entusiasmo.

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