UNA VISIÓN ROTUNDA Y REPENTINA
(Para Ana I. Pérez. y para todas las diosas jóvenes
de tantos años,
que siguen siendo diosas y se me aparecen
para hundirme
en la miseria de mis años).
Una visión rotunda, repentina
(y en un paso de cebra: ¡qué
milagro!),
me devolvió de súbito al pasado,
a ese pasado oculto entre las
grises
brumas tiernas que guarda la
memoria.
Un saludo efusivo, unas palabras:
“¿qué tal?, ¿cómo te va?, ¡qué
alegría verte!”
y cualquier frase más de esas que
evocan
recuerdos dulces, circunstancias
blandas.
Yo pedí que la vida te regale
todo lo que te puede regalar:
esa belleza limpia, segura de sí
misma,
como segura estabas tú cada
mañana,
consciente de que todo estaba aún
por hacer;
el no llevar las cuentas de
ninguna
concreta obligación, esa
apariencia
de andar como una musa en
zapatillas
por cualquier alto claustro o
cualquier calle,
sin prejuicios, partiendo desde
cero
en una fiesta siempre sin
horarios.
Al trasponer la esquina, tu
presencia
dejó la calle a oscuras y vacía,
tal vez con un olor a yerbabuena
o a esa dama de noche que me
embriaga
en esa misma calle, flor fragante,
cuando busco perderme en algún
parque.
La vida me dejó como sonámbulo
pensando en lo que a mí me ha
regalado.
Y comprendí que el tiempo es solo
tiempo,
y que pasa con prisa y con
sigilo,
aunque a veces destelle y se haga
luces
con esas diosas jóvenes que
evocan
aquellos otros días ya lejanos.
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