Existe una hermosa tríada de
conceptos que debería moverme en la vida, tres sendas que deberían llevarme al
estado absoluto de la felicidad. Son el Bien, la Belleza y la Verdad. No sé ni
siquiera definirlos pero sé que existen, que me llaman, que me enamoran, que me
cantan más dulcemente que las sirenas a Ulises. Y sé también que nunca las
alcanzaré en grado suficiente, tal vez porque no me las merezca o porque lo
mejor es morir en el intento, atisbando los aplausos de la meta e imaginando,
solo imaginando, un paso siempre por delante de lo alcanzado.
Tal vez será mejor contentase con
el hermoso intento de las aproximaciones, con desbrozar tan solo lo que puede
significar cada uno de estos tres conceptos y con soñar que uno no anda del
todo despistado y lejos de las sendas en las que se manifiestan.
Ya sé que cada una de estas ideas
-¿serán realidades?- se manifiesta en un campo diferente y apunta a unas
cualidades distintas, pero, sin un poco de las tres, la vida tal vez sea poco
digna y no demasiado humana.
Qué pobres las definiciones que
aventura el diccionario; seguramente porque no es sencillo, o acaso sea
imposible, declarar qué sean realmente cada una. Los diccionarios
especializados se extienden en la historia de cada uno de los conceptos y tal
vez también nos dejen -me dejen- a buenas noches.
Me tendré que guiar por mis
pequeñas luces, por mis lecturas torpes, aunque no escasas, por lo que la práctica
en la vida me ofrece y por esa estrella permanente que nunca se esconde y que
se instala en el sentido común.
Sigo entendiendo al ser humano
como medida de todas las cosas. No porque sea superior ni inferior a nada, pues
forma parte de un todo con los demás seres y objetos, sino porque no puedo
llegar a las demás cosas si no es desde mí mismo y desde mis cualidades y
deficiencias. Y como las percepciones del yo son irrepetibles en las demás
personas, los conceptos a los que aspiro no entiendo que puedan ser
equivalentes absolutos para todos. Por eso el Bien es mi bien, la Belleza es mi
belleza y la Verdad es mi verdad.
Pero necesito moverme con algún
faro que intente ser universal; también me gustaría que estos lo fueran, pero
no los concibo sin matices y sin darles oportunidad a la interpretación y a las
vivencias personales. Estoy seguro de que no todo vale, pero también de que
todo sirve; de que no todo es equiparable, pero también de que todo merece
respeto y análisis; y estoy convencido de que cualquier concepto solo es útil
si es comparativo en su aplicación en distintos seres.
Lo absoluto y la falta de
matices, la no existencia de discrepancia en los juicios, la eliminación de las
aristas y la inexistencia de imperfecciones solo es aplicable a lo que no es
humano. Y ahí mis capacidades ya no alcanzan y tienen que suspender el juicio.
De modo que me someto a la
itinerancia y a la relatividad de mis acciones, pero no renuncio al camino y al
gozo de intentarlo. Tal vez tan solo sea mi propio canon, o un canon semejante
al de otros muchos que nacen, crecen, “y en un día como tantos…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario