Se han empeñado en formalizar una asociación
cultural-deportivo-gastronómica y lo han conseguido. Hoy firmaremos el acta de
constitución al amparo de algún flujo bienoliente y de alguna tarta de manzana.
Por si fuera poco, se han empecinado en que yo figure como presidente. Presentaré
mi excedencia o mi dimisión en cuanto esté constituida la asociación. Manolo es
el urdidor y el muñidor de todo y él sabrá lo que está haciendo; los demás nos
dejamos llevar por su entusiasmo.
Lo que más me gusta es el nombre que le vamos a poner: El libre albedrío. Qué bien suena y
cuánta capacidad alberga. Así que esta tarde, y para empezar, les va a caer un
chorreo en forma de discurso a todos los socios fundadores por parte del
presidente, que van a quedar hartos del libre albedrío y del que lo fundó.
Porque esto del libre albedrío tiene mucha sustancia y es tan
claro como aquello que cuenta Juan de “pernoctar”: “per” significa dormir, y
“noctar” fuera del cuartel. O sea, “pernoctar” igual a dormir fuera del
cuartel. Lo mismito que libre albedrío: “libre” significa libre, y “albedrío”
albedrío. Si la misma palabra lo dice.
Porque, huy eso del libre albedrío, si yo te contara; eso a
algunos nos lo tienen casi prohibido. Sin ir más lejos a las fuerzas de
seguridad, a los eclesiásticos, a los padres de familia en familia, a los jefes
de recursos humanos cuando seleccionan personal, a los bañistas cuando buscan
sitio en la playa, a los alcaldes cuando dictan un bando, a los médicos cuando
diagnostican alguna enfermedad, a… Huy esto del libre albedrío; esto no es para
personas primarias y elementales, que hay que tener mucha sapiencia y estar
sujetos a la claridad de la sabiduría.
Porque, como decía el alguacil de mi pueblo, “¿No estará el
ser humano, antes de tomar una decisión, determinado por nada que anule el
ejercicio de su libre albedrío?”. Esto me lo dejó a mí dicho muchas veces antes
de irse a pregonar por las calles la llegada del sardinero desde Salamanca. Y
se marchaba muy pensativo y meditabundo. “¿Y los deseos de la voluntad no serán
siempre limitados y sujetos a las pasiones? ¿Entonces dónde anda el libre
albedrío?” Esto me lo espetaba cuando volvía por la otra calle, después de su
pregón. Entonces bajaba un poco de sus pensamientos y yo, como para serenarlo,
le decía: “Esteban, parece que cojeas, ¿qué te pasa?”. Y él respondía: “La
humedad, esto va a ser cosa de la humedad”. Yo a veces pensaba que acaso todo
aquello era realmente efecto del libre albedrío y de sus consecuencias en las
personas más sesudas.
Porque la cosa no quedaba ahí, y por las tardes, cuando ya
los bandos casi se habían olvidado, se sentaba en el poyo de la plaza y me
seguía dando la tabarra: “¿Se puede querer sin causa?”. “¿Se puede ser
absolutamente indiferente ante esas causas para que la voluntad actúe
libremente?”. “Y, si no hubiera libre albedrío, ¿dónde estaría la ética?”. “¿Y
entonces la culpabilidad, y el arrepentimiento, y la conciencia, y la
personalidad, y el juicio moral, y…?”. Y se me quedaba con los brazos en
jarras.
Yo entonces le echaba la mano por el hombro al alguacil de mi
pueblo y le respondía casi con ternura: “Esteban, yo creo que sí, que esto va a
ser de la humedad”. Y nos íbamos a tomar una cerveza con la mirada al suelo y
como sacando ideas de las piedras.
1 comentario:
¡¡Excelente idea!!
Feliz proyecto.
Abrazos
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