martes, 20 de marzo de 2018

ALGO MÁS DE ROMA: GLADIADORES



Andamos ya en puertas de Semana Santa y este maldito invierno no se va de nosotros ni a palos. Todavía esta tarde caen copos de nieve y esta mañana he paseado bajo un paraguas para resguardarme de la nevada. La naturaleza tiene sus leyes y hay que respetarla o simplemente dejarla hacer pues poco nos va a hacer caso. A ver si hay suerte y se calma para la semana que viene. Será entonces la explosión coincidente de la primavera y del auténtico significado de la resurrección.
Por estos pagos todo se irá en procesiones y en huidas a la naturaleza y a las playas. Y en la tele, las películas de Hollywood  que han marcado la visualización de todo el mundo sagrado. En Roma, en el centro del asunto religioso, habrá ceremonias y viacrucis litúrgicos.
El viacrucis más conocido se desarrolla en los mismos lugares en los que hace dos mil años se desarrollaba una buena parte de los festejos paganos del imperio. Y allí luchaban los gladiadores, los de la espada, que eso es lo que significa gladium. Resulta cuando menos esclarecedor comparar ambos mundos en el Coliseo, el de los gladiadores y el del Papa con la cruz a cuestas.
Para el simbolismo y el valor del viacrucis moderno, hay muy buenas fuentes de explicación y no quiero sembrar en campo ajeno.
Me paro simplemente a contemplar el espectáculo del circo y de todos los que en él intervenían: el emperador y su familia en ostentación, los senadores (los pudientes y los financiadores de festejos), el público vociferante, los animales hambrientos, los soldados y la gente del orden… y los gladiadores. Todo un mundo de exaltación de la fuerza y de la sangre, de la animalidad y del instinto, de la demagogia más barata y populista… Toda una representación sociológica de aquel mundo capitalino, ombligo real del imperio.
El mundo de los gladiadores, en todas sus versiones, que eran muchas, era un poco más complejo que el que el cine, también del imperio, nos ha ofrecido: sus orígenes geográficos, su preparación, su carrera, su posible liberación, su atractivo personal como capricho de ellos y de ellas, sus esfuerzos por sobrevivir, sus defensas y armas, sus pensamientos y todas sus historias personales.
Me quedo unos momentos contemplando la lucha con las fieras o entre ellos mismos y oigo a los espectadores vociferando para alentar al luchador o para denigrarlo cuando era vencido. Y veo al gladiador mirando hacia el tendido y murmurando palabras contra toda la parentela del emperador y de todos los asistentes, comiéndose las palabras o hasta incitándolos a bajar a la arena . Por cierto que no está nada claro que el dedo hacia abajo signifique condena y hacia arriba salvación, sino todo lo contrario. Pero esto y mucho más es otra imposición del imperio del cine.
Qué contraste en el Coliseo de Roma ahora y hace dos mil años.
Hoy los gladiadores han cambiado de escenario y se han ido a los campos de fútbol. En ellos también los espectadores vociferan, insultan y despellejan a alguno de los nuevos gladiadores. A los suyos también si se tercia. No sé si estos gladiadores más de una vez no se vuelven también hacia las gradas y al menos musitan palabras que es mejor no repetir.
Son gladiadores todos, pero a estos de hoy quería yo verlos frente a los leones hambrientos. No sé si no correrían raudos camino de los vestuarios.   

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