Andamos ya en puertas de Semana Santa y este
maldito invierno no se va de nosotros ni a palos. Todavía esta tarde caen copos
de nieve y esta mañana he paseado bajo un paraguas para resguardarme de la
nevada. La naturaleza tiene sus leyes y hay que respetarla o simplemente
dejarla hacer pues poco nos va a hacer caso. A ver si hay suerte y se calma
para la semana que viene. Será entonces la explosión coincidente de la
primavera y del auténtico significado de la resurrección.
Por estos pagos todo se irá en procesiones y en
huidas a la naturaleza y a las playas. Y en la tele, las películas de Hollywood que han marcado la visualización de todo el
mundo sagrado. En Roma, en el centro del asunto religioso, habrá ceremonias y
viacrucis litúrgicos.
El viacrucis más conocido se desarrolla en los
mismos lugares en los que hace dos mil años se desarrollaba una buena parte de
los festejos paganos del imperio. Y allí luchaban los gladiadores, los de la
espada, que eso es lo que significa gladium. Resulta cuando menos esclarecedor
comparar ambos mundos en el Coliseo, el de los gladiadores y el del Papa con la
cruz a cuestas.
Para el simbolismo y el valor del viacrucis
moderno, hay muy buenas fuentes de explicación y no quiero sembrar en campo
ajeno.
Me paro simplemente a contemplar el espectáculo
del circo y de todos los que en él intervenían: el emperador y su familia en
ostentación, los senadores (los pudientes y los financiadores de festejos), el
público vociferante, los animales hambrientos, los soldados y la gente del
orden… y los gladiadores. Todo un mundo de exaltación de la fuerza y de la
sangre, de la animalidad y del instinto, de la demagogia más barata y
populista… Toda una representación sociológica de aquel mundo capitalino,
ombligo real del imperio.
El mundo de los gladiadores, en todas sus
versiones, que eran muchas, era un poco más complejo que el que el cine,
también del imperio, nos ha ofrecido: sus orígenes geográficos, su preparación,
su carrera, su posible liberación, su atractivo personal como capricho de ellos
y de ellas, sus esfuerzos por sobrevivir, sus defensas y armas, sus
pensamientos y todas sus historias personales.
Me quedo unos momentos contemplando la lucha
con las fieras o entre ellos mismos y oigo a los espectadores vociferando para
alentar al luchador o para denigrarlo cuando era vencido. Y veo al gladiador
mirando hacia el tendido y murmurando palabras contra toda la parentela del
emperador y de todos los asistentes, comiéndose las palabras o hasta incitándolos
a bajar a la arena . Por cierto que no está nada claro que el dedo hacia abajo
signifique condena y hacia arriba salvación, sino todo lo contrario. Pero esto
y mucho más es otra imposición del imperio del cine.
Qué contraste en el Coliseo de Roma ahora y
hace dos mil años.
Hoy los gladiadores han cambiado de escenario y
se han ido a los campos de fútbol. En ellos también los espectadores vociferan,
insultan y despellejan a alguno de los nuevos gladiadores. A los suyos también
si se tercia. No sé si estos gladiadores más de una vez no se vuelven también
hacia las gradas y al menos musitan palabras que es mejor no repetir.
Son gladiadores todos, pero a estos de hoy
quería yo verlos frente a los leones hambrientos. No sé si no correrían raudos
camino de los vestuarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario