lunes, 12 de marzo de 2018

BÉJAR EN POSITIVO



Recojo del buzón una octavilla que envía el ayuntamiento de Béjar a todos los vecinos. En ella se describe un decálogo de peticiones encaminadas todas ellas a cambiar el ánimo de los ciudadanos respecto de su ciudad.
Me parce una buena idea, muy incompleta, pero buena como intención. Las diez peticiones abarcan desde la idea general de actitud positiva respecto a la imagen que podemos y debemos tener de nuestra ciudad hasta recomendaciones de usos y costumbres más específicos: “basura”, “papeleras”, “mascotas”…
Creo, además, que está bien confeccionada la octavilla, pues parte de una idea general (“Vive tu ciudad, valora tu ciudad, quiere tu ciudad”), sigue con imágenes particulares, y se abrocha con otra imagen general (“Siéntete orgulloso de tu ciudad: universidad, muralla, corpus, plaza de toros, teatro, estación de esquí, Castañar, vía verde”).
No es probable que solo estas indicaciones cambien el ánimo de las gentes de esta estrecha ciudad, que envejece y se hace más pequeña en habitantes y, sobre todo, en perspectivas de futuro. Pero es labor del ayuntamiento animar a sus vecinos para cambiar la cara y ponerla en la sonrisa, para que la gente se mire y no se vea triste y desesperanzada.
Abundan las imágenes y los comentarios que en poco o en nada contribuyen a levantar el ánimo. Lo malo es que son reales, que los cierres de negocios son constantes, que la soledad en la calle Mayor no es inventada y que la marcha y el goteo de familias que ensayan su vida en otros lugares son continuos.
Enmascarar la realidad puede ayudarnos a no ver lástimas por un rato, pero no podemos engañarnos durante todo el tiempo, y de una crisis no se sale sin empezar por la consciencia de que uno se halla en tal crisis. Quedarse en el lamento continuo tampoco resuelve demasiadas cosas. ¿Dónde están los límites? ¿Cuál es la dosis adecuada de optimismo y de realismo? No es fácil conjugar las dos realidades; ambas son necesarias y hay que cultivarlas en igual grado. Los más optimistas tildarán a los más realistas de pesimistas exagerados, y los más realistas pondrán a los más optimistas la etiqueta de ilusos (y, para este caso concreto, de bejarauis).
Béjar cuenta con organismos que tienen tradición y práctica en encauzar industrias y dificultades sociales, tiene también cualidades naturales muy positivas, en ella viven gentes con capacidad para establecer pronósticos razonables y muchas otras con capacidad creativa muy por encima de lo que se puede encontrar en otros sitios.
Parece que falta encauzar todas estas energías y darles forma positiva para que esta ciudad vuelva a ser pujante y atractiva. A cada uno le corresponde un trocito de ese empuje, desde su situación y capacidad particulares. Y al ayuntamiento le toca dar sentido a todas esas fuerzas sociales que andan por ahí desperdigadas; o, por lo menos, no ponerles dificultades ni impedimentos.
La ciudad es de los ciudadanos; no es ni de su alcalde, ni de ningún equipo de gobierno u oposición. Y la levantaremos todos o se caerá con todos dentro. Porque vive la tribu entera, educa la tribu, convive la tribu y prospera o decae la tribu.
Cada uno desde el lugar que le corresponda y con las energías y conocimientos que posea. Hay cosas, sin embargo, que podemos hacer todos sin excepción. Algunas están en el decálogo que nos envían, son de uso diario y expresan el grado de educación y de civismo de la ciudad. Y eso, aunque se enfaden los que están en paro o poseen más dificultades para llegar a fin de mes, también es riqueza. Y de la mejor y más duradera.

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