Marzo ventoso y domingo
lluvioso. Repaso la prensa y me aburro con la matraca de la cosa catalana, ese
martilleo que no para. Paso páginas y me asalta la imagen de una plaza de toros
con los tendidos a rebosar. Parece que la temporada taurina está ya dibujándose
en esta piel de toro que es España. Salvo la tradición de los toros en mi
pueblo (no voy pero estoy al tanto), no hago caso de todo este mundillo y ando
a la luna de Valencia en sus detalles.
Pero me ofende el título de un
artículo de opinión: ”Clamoroso ridículo de las figuras en San Isidro 2018”. Y,
por si fuera poco, este subtítulo: “Los diestros consagrados huyen
vergonzosamente…”.
Aunque ando en otros mundos
que no son los taurinos, he dedicado horas a conocer los registros lingüísticos
en los que se expresan los que confeccionan crónicas de este asunto tan
especial y tan controvertido. Supongo que, a medida que la afición a los toros
vaya disminuyendo -y yo creo que lo hará pronto-, tal vez ese tono hiperbólico
rebajará sus dosis de exageración. O acaso dé entonces sus últimos estertores y
mugidos. El caso es que hoy día se mantiene en el grito y la discordancia, en
el límite entre el insulto y el desprecio, en la hinchazón retórica y el
enfado.
Me permito copiar algunas
muestras, todas ellas tomadas de esta crónica: “Paja en el ojo ajeno, viga en
el propio”; “su manifiesta irresponsabilidad (de los toreros), su desaforado
egoísmo”; “no se les caiga la cara de vergüenza”; “huyen despavoridos”;
“bochorno total, todas las figuras han quedado descalificadas”; “torear para
hacer caja”; “tomadura
de pelo”; “la
tauromaquia del siglo XXI, tan desprestigiada, perseguida y denostada, está
necesitada de líderes heroicos y no de cobardes que solo se ponen flamencos
ante animales enfermos de nobleza, falta de casta e invalidez”; “batallón de
los cobardes”; “(La feria)Larga, muy larga, carente de interés, insípida, con
muchos carteles infumables, con otros soporíferos, sin un gesto, ni una gesta,
ni un atisbo de innovación, vacía de sorpresa…”; “(Para los empresarios) ¿Que
no es posible otra feria, señor empresario? Pues si no lo es, es que usted es
muy malo o no manda ni en su casa”.
Y juro que no agoto los ejemplos.
Pero, ¿qué tono es este? Relájense, por favor.
Me parece que, por desgracia, este tipo de crónicas no hace nada distinto de
aquellas otras que, en otros campos de la realidad, necesitan el grito y el
berreo para hacerse notar. ¿Qué mundo es el que las genera y el que las recibe
y acepta como naturales ¿Me asusta intentar dibujarlo e imaginarlo. Esta
costumbre de los toros es ancestral y no se puede suprimir de un plumazo. Pero
justificarla, atizarla, exagerarla, someterla a un estrés verbal como el de
este artículo de opinión, que más bien parece una declaración de guerra, no sé
en qué puede contribuir al razonamiento y a la opinión serena y fundada.
El mundo de los toros necesita sangre y peligro,
es el circo moderno con sus gladiadores y sus leones cornudos; su traslación
verbal parece que también. Si no se mantiene ese tono, todo se viene abajo y
los palos del sombrajo se caen y se hacen nada.
Es el mundo del toro, pero lo es también el de
los deportes, el de la música o el de la manera de cocinar. Todo anda subido de
tono y excitado. Los cronistas y presentadores necesitan reñir y despreciar a
los concursantes antes de proclamarlos héroes absolutos.
Por favor no molesten y déjenme en la calma y
el sosiego, que yo no he hecho nada para que me den voces ni me asusten con
tanta tontería y tanto ruido.
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