DE LA PASIÓN
SEGÚN SAN MATEO
“Di si eres tú el Mesías”, te conjuro,
“el hijo de Dios vivo”.
“Tú lo
has dicho.
Y me veréis sentado, venir sobre las nubes,
a la diestra del Padre”, respondiste.
“Ha blasfemado”, contestó el pontífice.
Y al momento rasgó sus vestiduras.
Después, ante Pilatos, nuevo pleito:
“¿Eres tú acaso el rey de los judíos?”.
“Tú lo dices”. Y al punto fue juzgado.
Hijo de Dios y rey de los judíos,
causa civil y causa religiosa,
jurado popular y una condena
de grito y de rigor del populacho:
“Crucifícalo, cáiganos su sangre
a nosotros y a todos nuestros hijos”.
Sobre la cruz, el texto de tu causa:
“Este es
Jesús, el rey de los judíos”.
Mesías y rey fueron los atributos
que adornaron la cruz del nazareno.
Pero solo dijiste “Tú lo has dicho”,
dejándonos la duda, el desconcierto
de dar exactitud a estas palabras.
Lo demás fue dolor, burla y tinieblas:
“Eli,
Eli, lemma sebaqtani”.
Y duelo y sepultura y abandono.
Y al tercer día la Pascua y la alegría,
el sentido final de todo aquello,
si es que tuvo esta historia algún sentido.
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