DE HISTORIAS DE SANTOS
Le rezaban novenas a aquel
santo
de aspecto misterioso. Sus
plegarias
eran siempre atendidas y la
fama
de santo milagrero se extendía
por toda la provincia. Ningún
año
faltó la procesión con la
figura
subida en la peana y con los
fieles
cantando a viva voz sus
excelencias.
Era santo especial, de nuevo
cuño,
emprendedor y osado en la
apertura
de nuevas líneas para su
negocio.
Se había especializado en los
milagros
que acarrean destrucción y
causan daño:
estropear cosechas, dar más
fuerza
a cualquier mal de ojo o, en
verano,
descargar aguaceros en las
calles.
Tampoco despreciaba un
accidente,
ni una pérdida extraña de
dinero,
o incluso echar al suelo algún
tejado
completamente nuevo: (Todo
vale
si aporta beneficios al
convento).
Era toda una máquina sin pausa
en la fabricación de los
milagros.
Hasta los demás santos, desde
el cielo,
venían a contemplar tales
prodigios,
y se volvían coléricos, celosos
de ese poder mistérico del
santo.
Menuda competencia, se decían,
así no hay quien prospere en
el oficio
de dar gusto y placer al
respetable.
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