MIS ADORABLES FANTASMAS
Me habitan mil fantasmas y no
encuentro
la forma de quitármelos de en
medio.
Algunos se recubren la cabeza,
como dando a entender que su
trabajo
los llena de rubor: pasan y,
al verme,
me miran de reojo y van
deprisa
hacia cualquier esquina de la
casa,
donde siempre está oscuro y es
de noche.
Otros muestran, ufanos, unas
formas
que no tengo saber para
contarlas:
me asustan y me dejan muy confuso,
pues no sé lo que quieren al
mirarme.
A veces se pelean entre ellos
por ganarme al final para su
causa,
me empujan sin razón, me
zarandean
sin que pueda alegar en mi
defensa.
Cuando me dejan solo -pocas
veces-,
me pongo a discurrir si existe
forma
de hacerles un desplante y
alejarlos
de mi vida diaria y, para
siempre,
mandarlos al olvido y al
destierro.
Necesito sentir que alguien me
ayuda
a librarme de tanto sobresalto,
pues no sé cómo hacerlo y ando
triste
jugando a los fantasmas todo
el tiempo.
Ellos forman la trama, el
esperpento,
la extraña y fantasmal
tragicomedia,
en que se va fraguando mi
teatro
del paso sin sentido por la
vida.
Terminaré también siendo un
fantasma
si nada lo remedia y me libera
de tanta fantasmada y tanto
espectro.
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