Hoy alzo la mirada hacia lo
lejos para mirar al bosque, si es que puedo, y me alejo de dentro de mí mismo.
Me sugiere la idea un periodista al que le tengo mucho aprecio.
Mucho más que los hechos
concretos me interesan las tendencias; estas muestran con más fuerza la verdad
de las cosas, mientras que un hecho concreto te puede hacer perder la
perspectiva y te confunde con facilidad. Es bueno hacer resumen cada cierto
tiempo de lo va sucediendo por ahí, en diversos aspectos; pero mejor si se hace
con la base de varios acontecimientos y no solo de uno.
Vayamos otra vez a la res
pública, a la polis y a la política.
La idea general es esta: la
izquierda pierde identidad y fuerza con rapidez en casi toda Europa; en cambio,
la derecha sigue mandando y alargando su poder y su influencia. Ahí están los
casos de Francia, de Alemania o, más recientemente, de Italia o Austria.
Yo no soy politólogo y nunca
aspiro a resolver las dudas; pero sí intento al menos enumerar los hechos y
dejar en suspenso el pensamiento. ¿Cuáles son las causas que lo explican?
Seguro que la causalidad, como siempre, será múltiple. Conviene, por lo tanto,
acotar las razones que se crean principales y mayúsculas. Y tal vez ni aun así
será fácil dar con ellas. Mucho menos si, además, se sigue hablando de esa
izquierda como de aquel árbol caído que se recuerda en pie y frondoso, y al que
se evoca con nostalgia incluso por los que no están de acuerdo con lo que
representa.
Como el asunto es largo y
enjundioso, me limitaré a enumerar (no a glosar, que eso es muy largo y
engorroso) aquello que, según creo, influye más en la situación de decadencia
de la izquierda en este país.
Creo que la causa fundamental -no
solo para este momento, pero fundamentalmente para ahora mismo- es la de la
indefinición territorial. Los dos grandes partidos tradicionales de izquierda
han mantenido posiciones distintas en cuanto a la división y organización del
territorio nacional. En concreto, el PSOE viene actuando desde hace cuarenta
años como con vergüenza y con empujes contradictorios hacia las fuerzas centrífugas
y centrípetas. Esos cambios de rumbo creo que se han acentuado en los dos o
tres últimos años, sobre todo entre algunos de sus dirigentes, y las
consecuencias negativas están a la vista. Y nada hay anterior a esta variable
de la organización territorial. El cuerpo legislativo y el ordenamiento social
vienen después. A algunos se nos hace imprescindible que este asunto se asiente
de una vez y de manera urgente, para así poder gastar las energías en el
desarrollo social de las leyes y de la justicia. Que un país con más de
quinientos años a sus espaldas siga gastando esfuerzos en reconocerse como
comunidad en lugar de avanzar en ideas y proyectos que mejoren la vida de todos
resulta realmente agotador. A alguna generación se le ha ido la vida observando
cómo casi todos los focos se han fijado en lo sucedido en el País Vasco y ahora
Cataluña. Extenuante.
La segunda razón apunta, en mi
opinión, hacia la desunión entre las fuerzas políticas de izquierda. La
variedad de opiniones es signo de riqueza mental, y esto hay que exigírselo a
la izquierda. Pero mantenerse siempre en la discrepancia conduce a la debilidad
y a consecuencias que recuerdan aquello de que “es peor el remedio que la
enfermedad”.
Pues en esas y en otras como
esas andamos y andaremos.
No apuntaré más causas: me sirven
estas dos.
Mientras tanto, las fuerzas de
derechas concentran sus esfuerzos en otras direcciones pues este lastre de las
dudas y de los enfrentamientos no los tienen ni se los plantean. Y no parece
que, en términos democráticos de urnas, les vaya muy mal.
Como decía el periodista que
señalaba al principio, la derecha es la línea recta, la izquierda (en especial
la socialdemocracia) es el laberinto. Así, la carrera resulta un poco tramposa
pues no se realiza en las mismas condiciones.
Ah, y en medio de esto -ni en
la línea recta ni en el laberinto-, están los populismos. Que son los atajos,
que lo mismo desbrozan un monte que destrozan un ecosistema.
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