Escribo estas palabras en la última tarde del
invierno astronómico, con sol que mezcla sus rayos con las nubes y deja un
claroscuro en mi terraza. Estoy hasta allí arriba del invierno, de este
invierno casi eterno, desconocido o al menos olvidado, que, desde su inicio,
allá por el fin de año, apenas si ha dado tregua a la tranquilidad y al sol.
Deseo fervientemente el anticiclón y la serenidad, el sol y la tibieza en la temperatura;
con ellos llegará la explosión de la primavera. Este año se hace de rogar y no
asoma por ningún lado.
La casualidad me ha llevado al repaso del
calendario romano y a los nombres que reciben sus meses. Con razón no tenían
nombres específicos los meses de invierno. No existían realmente porque en
ellos la vida se detenía perezosa, como los osos, hasta su desperezamiento y su
vitalidad. La guerra se paraba en invierno y la agricultura se ponía en pie en marzo, y este mes era el que
realmente abría las puertas del año. Y así Martius
(marzo), para invocar a Marte y preparar la guerra; aprilis (abril), de aperire, o apertura de la floración; maius (mayo), de la pléyade Maia; junius (junio), para la diosa Juno, la
esposa del dios de dioses: Júpiter. Y nada más; ya estaba en marcha la cosecha
y estaba en todo su esplendor la vida. Lo demás era sencillamente dejarse
llevar hasta el agotamiento. Y vuelta a empezar. Por eso, los otros meses
sencillamente se numeraban: quintilis (quinto);
sextilis (sexto); september (séptimo o septiembre); october (octavo u octubre); november (noveno o november); y december (décimo o diciembre).
Qué sosostes estos latinos romanos; casi solo números,
con todo lo que hay por vivir en esos meses.
Sobre algo tan poco imaginativo y tan numeral,
se impuso la vanidad y ese deseo de dejar huella en los tiempos futuros. Y
esto, o se hace desde la creación brillante, o se hace desde el ordeno y mando.
Así lo entendió Julio César, el de las Galias y aquel del alea iacta est, que no se anduvo con chiquitas e impuso su nombre
al mes quintilis para denominarlo
Julio. Hala, así, de una vez, y a callar. Algo más de imaginación le echó en el
nombre de enero, ese mes de doble cara, una mirando al año anterior y otra
anunciando el venidero. Por eso lo de Ianuarius,
lo de Jano, el dios de doble cara. Y, de la misma manera, Februarius (febrero) en recuerdo de ciertos ritos de purificación (februalia).
Para completar la fiesta, el emperador Augusto
se apropió de otro mes, Augustus
(agosto). A ver quién le tosía al emperador divinizado.
Lo extraño es que ningún otro potentado se haya
apoderado de los meses que quedan vacantes y que solo responden a los fríos números.
Seguro que intenciones no le habrán faltado a más de uno. Que la vanidad es la
vanidad y cabeza locas las hay por todas partes.
El caso es que esta tarde es una mezcla de
invierno y primavera, de querer y no poder, de ecos pero no ruidos, de
primavera que asoma pero se esconde del frío, de días que se van y que no
vuelven, de vida desigual y a trompicones, de nieve, agua y sol todos a una, de
extraño calendario en mi retina.
Buenas noches, primavera; bienvenida, si es que
llegas; que la vida ya te aguarda y estamos todos en vela. Vamos.
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