Se apuran
fechas, reuniones, asambleas, votaciones, llamadas, ruegos, imposiciones,
chantajes… para formalizar candidaturas a elecciones generales, regionales y
locales. Y todo son dimes y diretes, malas caras, buenas palabras, extrañezas,
sorpresas o desilusiones… Todo un tráfago de idas y vueltas hasta que, por fin,
aparecen los nombres y las listas completadas,
Qué mundo este
de la confección de listas, qué cantidad de intereses y de personalismos, de
petulancias y de falta de pudor entre tantos y tantos. Seguro que ya habré
echado mi cuarto a espadas alguna vez, pues es este asunto que se repite cada
cierto tiempo; pero ahí van de nuevo algunas de mis ideas en forma de esquema.
1)
Cualquier persona tiene derecho a intentar
representar a los demás, o sea, a ser candidato en cualquier nivel. Esta idea
se impone sobre todas las demás.
2)
La elección, por mucho vestido democrático que
se ponga, adolece de muchísimos defectos y de mediaciones que la dejan desnuda
y a la intemperie, a poco que se analice el proceso. En algunas agrupaciones
políticas, el dedo funciona y todo el mundo a callar. En las que sí funcionan
las votaciones de primarias, las cremalleras, la falta de conocimiento de los
candidatos y de sus ideas, las supuestas experiencias de los que ya están
representando, las ayudas e intercambios entre unos y otros candidatos…
terminan por desvirtuar lo que en teoría parece más participativo.
3)
Todos los partidos dejan la última decisión en
manos de organismos superiores y estos “cocinan” lo que les llega. Cuando este
proceso se ajusta en los resultados a las “sugerencias” de un líder general,
entonces el peligro se convierte en naufragio seguro.
4)
Hay gente que ha tenido cargos de relevancia y
que, a la hora de renovar, se sienten incómodos y hasta se cambian de formación,
sospechosamente, cuando saben que no van a repetir en las listas.
5)
La experiencia me enseña que el pudor se pierde
en demasiados candidatos a la hora de presentarse. ¿Cómo es posible, si no, que
gente de la que no se conoce ninguna aportación ni de gestión ni de ideología
(vamos, que no han mostrado en su vida ni la organización razonada de un
silogismo en BARBARA. A veces solo han propagado chistes malos y con escasa gracia sobre sus adversarios) se presenten sin taparse la nariz para ir instituciones legislativas?
Les asiste todo el derecho, como se decía en 1), pero por la vida no se debe ir
sin algo de pudor y de sensación de cautela. No solo se desnaturaliza el
aspirante, sino que se aleja a cualquiera que se asome con curiosidad a ver qué
pasa en eso de los representantes y de la política.
6)
Conozco a algún aspirante (el masculino es término
no marcado) al que le da igual cambiarse de lugar de afiliación, con tal de
intentar por todos los medios agarrarse a un clavo ardiendo, siempre que ese
clavo sujete algún sueldo sabroso.
7)
¿No dice la lógica que primero ha de ser el
programa y después los candidatos que lo defiendan? ¿Dónde está el programa?
¿Qué discusiones, defensas y rechazos han presentado y han hecho públicos los
candidatos?
8)
A veces tengo la impresión de que este asunto se
parece a lo de las listas de interinos de la Administración: lo importante es
aparecer en ellas, que luego ya todo se irá colocando y no se saldrá de ellas
nunca.
9)
Creo que las personas son importantes, pero no
lo es menos el tejido ideológico que se desea defender. Por ello es tan
necesario conocer qué código moral y que bagaje intelectual acompañan a cada
aspirante. No tengo muy claro precisamente que sea esto lo que se conozca y se
valore.
10)
Si el apartado 1) es anterior a los demás, este último
resulta, creo, aún más importante que todos los otros. Se trata de la actitud -además
de la aptitud- con la que cada persona aspira a ser representante. Mientras se
plantee como un éxito o un fracaso personal, como una carrera política o algo
así y no como una disposición a ayudar en el desarrollo social de una ideología,
todo andará manga por hombro y lo que se presenta como un proceso limpio e
ideal no será más que otra figuración de este mundo en el que todo es
apariencia, vanidad y falta de profundidad. Prestarse a ayudar no se casa ni
con navajazos, ni con conspiraciones, ni con éxitos y fracasos personales, ni
con glorias, ni con olvidos, ni… Solo con la convicción dudosa de que esas
ideas no son las peores y de que, por un tiempo limitado, estás dispuesto a
prestar tus horas y tu esfuerzo en razonarlas y en tratar de convencer a los
demás de que su práctica conduce a una mejor convivencia y a una vida algo
menos mala. Después, y al poco tiempo, sin sentir ninguna necesidad de “salvar”
a tanta gente ni de ser ningún mesías, a pasear, a leer, a seguir pensando, a
charlar, a intercambiar ideas, a participar socialmente… A seguir, desde otros ámbitos
igualmente nobles y dignos, ejerciendo de personas que razonan y dicen
educadamente lo que piensan. Porque entonces también serán, de otra manera,
representantes de sí mismos, de sus ideas y de su forma de entender la vida.
Así que,
venga, menos lobos y más serenidad, que Zamora no se tomó en una hora y más se
perdió en Cuba, y torres más altas han caído. En nada los papeles estarán
repartidos. Apaguen, por favor, sus teléfonos móviles y los dispositivos electrónicos.
La función va a comenzar.
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