Otra vez anda
el mundo por las calles, en busca de otro grito igualitario. Si se grita tan
fuerte y tan en masa, no puede ser que no haya en todo un eco de razón. Esto se
da por hecho y no seré yo aquí quien lo discuta.
No sé si se me
alcanza cuál es la mejor forma de articular la imagen de ese grito. Lo he dicho
muchas veces: repasar nuestra historia es llorar contemplándola; revisar la
historia femenina es aún mucho más triste, por más que se realice con la
honradez de explicar cada cosa en su contexto, que es como debe hacerse. Sí
sigo convencido de que la forma menos mala de mejorar en la igualdad y en la
justicia es atacar estudiando, razonando y exponiendo las causas que nos han
traído por estos caminos estrechos de la Historia y que nos mantienen donde nos
mantienen. Lo demás está bien, pero se nos puede evaporar como una nube y
dejarnos sin poso; incluso se puede volver contra lo que queremos defender si
no lo presentamos de manera ordenada y clara.
En este día de
marzo, recupero imágenes de mi madre y de las mujeres de su generación y su
contexto, de sus costumbres, de los usos que les imponía la sociedad, de la
escala de valores en la que se movían, de las libertades recortadas en las que
ni siquiera pensaban seguramente, de su labor de hogar y más hogar, de tantas
otras cosas… Y le mando en el recuerdo un abrazo agradecido por todo lo que fue
y fueron cada una. No sé qué más hacer. Al
menos esto: un beso de cariño y gratitud.
Dedico otro ratito a recordar la
vida de pareja, de mi pareja, digo, de esos años vividos al compás y a un ritmo
compartido. Ya lo escribí hace un año. No me importa volver a repetirlo. Ahí
va. Era tal día como hoy y escribía lo que sigue:
2018-03-08 YO TAMBIÉN SOY MACHISTA
¿Cómo no decir algo en este día, en el que todos
andan arreglando el mundo por las calles? Algo habrá que decir que venga al
caso. Me gusta mucho más darle reposo y definirme después de la tormenta, pero
hoy me salto todo y me dejo llevar por el bullicio.
Hace no más de tres semanas ya dejé algunas notas
generales. Hoy diré alguna más mirándome a mí mismo y a mis cosas, a mi círculo
próximo, que es el que más me importa porque sobre él puedo ejercer más fuerza.
Antes solo una frase de tipo general. Hay más
de mil razones para ponerse en huelga (de la forma que sea, incluso trabajando)
si consideramos la historia desde el punto de vista femenino. Y el camino que
resta es aún muy largo. Menos claro lo tengo cuando de concretar los pasos se
trata. Incluso a veces pienso que hay maneras de plantear las cosas que hacen
flaco favor a aquello que tan evidente es como principio.
Pero hoy quiero mirar hacia mí mismo. Y he de
reconocer que soy machista, sin precisar el grado en demasía. Miro hacia mi
pasado y veo mi niñez, mi adolescencia y mi juventud en los brazos de una
generación en la que todo era separación y oficios acotados, todo bajo el
dominio de una conjunción de valores religiosos, morales y políticos que
anulaban el cambio y favorecían los roles tan distintos entre hombres y
mujeres. Ni siquiera en las aulas universitarias se respiraban aires de
igualdad. La explicación es larga y el poso hay que buscarlo en tantos siglos
de distancias y de costumbres arraigadas en lo más impulsivo y más arcaico:
elementos religiosos más entendidos, criterios políticos represivos…
Los que tenemos años sabemos que el avance ha
sido mucho en los últimos tiempos. Mas todo eso es historia, lejana o más
reciente. Y del pasado no se vive, si no es para el contraste con lo que da el
presente. Y hacia el presente vamos.
Han pasado los años, las lecturas constantes,
las reflexiones amplias, los contrastes de ideas, los quehaceres diarios, los
planes compartidos o distantes, la educación continua de los hijos, los
trabajos, las aficiones varias… Todo lo que compone ese quehacer diario en el
que nos movemos y nos vamos gastando con el ritmo del tiempo.
Los repaso deprisa y observo claroscuros
evidentes, fallos gruesos y, a veces, también alguna cosa complaciente.
Y vuelvo al día a día más cercano. Y vengo a
declarar que hay muchas cosas en las que puedo mejorar comportamientos. No voy
a enumerar caso por caso, por pudor y por guarda de lo que solo a dos les
pertenece. No saco mala nota en todo lo que a ayuda se refiere. Pero siento que
es el nivel de ayuda aquel en el que me he instalado y me cuesta saltar la
valla para entender que no se trata de la ayuda sino de compartir lo que es de
igual obligación. Serán todos los posos y los restos de esa historia repleta de
actitudes y de normas cargadas de machismo. Tal vez pueda ser eso. Quién sabe.
Tengo bastante claro que la transformación es
labor de todos y que es en el campo de las normas, de la educación y del hogar
donde se fraguan los cambios más profundos. Pero yo ya no tengo ni vigor ni
edad para empujar con fuerza en esos ámbitos. Tal vez no debería confesarme
rendido, lo confieso, pero esto es lo que hay.
Me queda el ámbito de mí mismo, el de yo, me,
mi, conmigo. Y el de lo más cercano a mi presencia. Tendré que repasar mis
actitudes hasta encontrar el rol igualitario. Venga, vamos a ello.
No
tengo mucho más que añadir. Tal vez deba irme al rincón de pensar. Y seguir
pensando.
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