martes, 26 de marzo de 2019

SEGÚN EL COLOR DEL CRISTAL



“¿Es que no puedes dejarlo correr, darte por vencida y estarte quieta de una vez? ¿Por qué no descansas, ahora que ya sabes de qué se trata en este mundo, ahora que ya te has enterado de que no se trata de nada?” Djuna Barnes en su obra El bosque de la noche.
“Que no, que no, que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar siempre de paso” De una canción de Luis Eduardo Aute.
Son dos citas aparentemente contrapuestas que incitan a actitudes diferentes. ¿Cuál de las dos estará en lo cierto? Tal vez las dos, o acaso ninguna.
La primera parece representar el final de un proceso y señala una conclusión negativa y desesperanzada: “Ya te has enterado de que no se trata de nada”. Después de indagar, de ilusionarte, de moverte en el mundo de la curiosidad, todo te lleva a la convicción de que no hay más cera que la que arde. ¿Y qué haces entonces? ¿Te das un baño de realidad? ¿Te sumerges en el abandono? ¿Te dejas llevar? ¿Actúas sobre lo que hay y te olvidas de otros procesos mentales? ¿Rompes la baraja y dejas de engañarte con ilusiones y deseos inútiles? Ufff
Ya se ve que no se trata de esquivar la realidad ni la indagación mental; se trata más bien de algo más complicado como es la comprobación de que, después de los esfuerzos no se llega a ninguna solución satisfactoria, o al menos esperanzada.
La segunda cita anima a no dejarse aburguesar ni complacer con cualquier conquista mental; es una invitación a estar siempre alerta, a cuestionarse todo y siempre, a andar con la mosca detrás de la oreja, incluso con aquellas ideas y pensamientos que nos parezcan más asentados y claros, y a no cejar en el empeño de llegar algo más lejos y de descubrir alguna cosa más que nos haga la vida más racional y positiva.
Supongo que todos pasamos por etapas en las que predomina una de estas dos consideraciones, en las que los valles y montañas se alternan y en las que las ondulaciones marcan la continuidad de nuestros días. Es ese camino inevitable de caerse y levantarse, de reír y de llorar según el caso y de reconocernos volubles y desiguales.
Claro que sería mejor instalarse en el ánimo de un pensamiento siempre alerta y animoso, dispuesto a pegarse con la realidad racionalmente, aunque se lleve palos por todas partes, en guardia para cuestionarse absolutamente todo y para hacer de la vida una revelación continua. Pero no quisiera despreciar tampoco la primera consideración, aunque solo sea por real y por lo que significa, sobre todo si es el final de un proceso de razonamiento.
Tal vez un poco de todo no condimente mal, una brisa de aire y un reposo a la sombra, una curiosidad continua y un baño de realidad de vez en cuando.
Al fin y al cabo, se trata, en el fondo, de dos momentos de un proceso en el que la razón trabaja y deduce, actúa y se ilusiona, confirma y se desanima…
Estaba pensando en procesos de razón, no en vidas que no la cultivan en ningún sentido y que hasta animan a los demás a no complicarse con ideas raras y a dejarse de meter en berenjenales mentales. De esas no me acordaba ahora. O tal vez sí, pero para otra cosa.

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