En este interminable calendario,
que quiere alinear y dar asiento al paso de los días y las horas, cada cuadrito
tiene asignado un patrón y encomendada una celebración. Es como si al
levantarnos nos recordaran amablemente que no nos olvidáramos de una tarea
específica para ese día. Hoy tiene apuntado el calendario este marbete: Día
mundial de la poesía.
A mí me pilla revisando la
versión definitiva de mi libro Al paso de los días, que ya asoma
por la bocana del puerto para desembarcar en sus centenares de páginas. Y todo
él es de poemas. Ha sido como un largo parto que ocupa varios años y que ya
rompe aguas. Tengo ganas de tenerlo en los brazos y acunarlo. Y ya estoy
escuchando sus latidos.
Pues, a pesar de todos sus
centenares de páginas y de poemas, debo reconocer humildemente que no sé
definir qué es la poesía. Me salva la impresión que tengo de que nadie sabe
hacerlo. Ya sé que es consuelo de tontos, pero así es. Acaso también sea porque
la definición exacta no exista y solo sea su práctica la que nos aproxima (solo
nos aproxima) a su núcleo y verdad.
Por eso, en lugar de teorizar, acaso sea más práctico presentar un
ejemplo. Existen tantos como poemas, así que nos quedamos en el dedo, con la
intención de ver la luna desde su proyección, porque un poema no vale si no es
como flecha que se lanza al infinito, por más que la encarnadura se ofrezca en
un simple detalle o imagen individual. Podría hacerlo desde mí mismo; no obstante,
me parece más neutro acudir a alguno de tantos maestros que han cultivado la
poesía. Esto escribía el poeta portugués Fernando Pessoa:
El poeta es un fingidor
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente,
Y, en el dolor que han leído,
a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido,
sino sólo el que no tienen.
Y así en la vida se mete,
distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete
que se llama corazón.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente,
Y, en el dolor que han leído,
a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido,
sino sólo el que no tienen.
Y así en la vida se mete,
distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete
que se llama corazón.
Como el mejor tributo a cualquier texto es el de la lectura, ahí
queda para mí y para cada uno. Cada cual sabrá qué hacer con este y con
cualquier otro.
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