Las enfermedades suelen dar algún
aviso antes de mostrarse en toda su crudeza. Por eso los síntomas adquieren importancia
no tanto por sí mismos como por lo que encierran y anuncian. Con las palabras
sucede otro tanto: nos delatan y valen no solo lo que significan sino lo que
dejan intuir. A ellas voy.
Hechos: Palabras de Oriola,
jugador de baloncesto del Barcelona: “Soy muy culé, pero antes que culé, soy
antimadridista”. Ejemplos como este se repiten por doquier y a diario; este es
solo uno más y nos sirve de pretexto para la breve reflexión. Véase qué sucede
entre partidos políticos, y mucho más en época de elecciones.
Pero dejemos hoy las elecciones y
quedémonos en el ámbito deportivo. No parece el contexto más tranquilo y racional.
En este terreno, la pasión se desborda demasiadas veces y jibariza el poder y
la influencia de la razón. No sé cuántos espectáculos muestran mejor el
descontrol y la exageración que un partido de fútbol con miles de espectadores
vociferando. Y, si se les azuza, como hace este jugador, la presa puede
reventar por cualquier sitio.
Eliminar las pasiones del todo es
sencillamente olvidar que el ser humano las posee y no puede vivir intensamente
sin ellas. Situarlas por encima de la razón supone desentenderse de la
capacidad que nos convierte en seres inteligentes y que nos pone un eslabón por
encima de los animales.
Si seguimos en el mundo del
deporte, afirmaciones como la del susodicho jugador no solo priorizan la pasión
sobre la razón, sino que añaden un peldaño más que no resulta precisamente muy
inocente ni inocuo. ¿Cómo se pude ser antes algo contra que a favor? ¿Cómo se puede
desear antes el mal ajeno que el bien propio? ¿No es esta la semilla del odio?
¿No se trata de una muy grave enfermedad? ¿Qué comunidad puede resultar de
seres que se muevan más a la contra que a favor de algo? ¿Qué complejo de
inferioridad implica esta postura? ¿Qué beneficio se puede sacar de desear mal
a los demás?
Supongo que se puede intentar
quitar hierro al asunto diciendo que se trata tan solo de deporte y que un poco
de rivalidad anima el rato. Pues no le veo yo esta gracia por ninguna parte. El
personaje es público y ejerce una influencia grande. Este tipo de
manifestaciones no son flor de un calentón sino producto de una escala de
valores que se ha ido incubando poco a poco. Las consecuencias alcanzan otros ámbitos
de la vida y del quehacer diario, pues se traslada el patrón a la política, a
la religión y hasta al clima que tenemos. Me gustaría conocer de manos de un
sociólogo sensato cuánta influencia ejercen estos hechos que comento en
posiciones políticas. Déjenme que sospeche que mucha. Y solo hemos abierto la
ventana del mundo deportivo…
Si alzamos la vista y ampliamos
el panorama, la imagen y el razonamiento no cambian en mi mente. ¿Cómo se puede
vivir a la contra y anteponiendo el odio al amor? Solo es posible en una
comunidad enferma, muy enferma.
Por cierto, vi una parte del
partido de baloncesto Madrid Barcelona el domingo. Creo que fue mejor el
Barcelona y ganó justamente. Otra vez será.
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