DE UN CAMINO QUE APUNTA MÁS ARRIBA (BÉJAR – DEHESA DE CANDELARIO)
Madrugar, respirar, pasear, sudar,
conversar, reponer, admirar, considerar, concluir… Todo esto y mucho más te
puede regalar la naturaleza un día cualquiera si te pones a ello.
Ayer el día salió como del fuego.
Andamos en período de ola de calor, estos ataques repentinos de la naturaleza
contra sí misma que nos deja pensando en sus enfados y en las consecuencias
evidentes que trae hasta nosotros. Son las nueve y subimos con coche a
Candelario. Desde allí nos acompaña la frescura del camino que lleva hasta
Puente Nueva, esa puente (sí, así, en femenino, que es antigua como proclama el
nombre que la evoca) que rumia entre sus aguas el paso de tantas personas
camino de La Garganta, con sus ansias a cuestas o a lomos de sus caballerías.
Los regatos aguantan la embestida de tanto calor junto y siguen destilando
monte abajo lo que les queda de agua en sus entrañas. Como es ladera norte,
todo es más umbrío y suave.
Mirar en Puente Nueva el remanso del
agua y escuchar sus rumores cuando salta la pared de la presa es pensar que hay
edenes y refugios para cualquier cansancio. El sol está ascendiendo, pero no
tiene fuerzas para mandar sus rayos hasta el agua, que duerme entre las
sombras. Un acebo se esconde entre otros árboles y no le dejan sitio para mirar
al cielo. Hay peñas junto al agua. Es lugar muy propicio para parar un rato
junto al río y escuchar lo que dice. Y en un día caluroso como este, tal vez
para hacer tienda y detenerse a pasar varias horas a su lado.
Juan Heras, Manolo Casadiego y Antonio
Gutiérrez han salido a pasear y a echar las horas en la naturaleza. Y ya la van
sintiendo y compartiendo. Pero son, como todos, arregladores natos de este
mundo. Anda el ayuntamiento conformándose y conocen noticias de cómo han de
quedar las competencias. La alcaldesa parece que liberará horas para dedicar
más tiempo a su trabajo de munícipe. Los tres andan de acuerdo en la necesidad
de que un asunto de tanta enjundia tenga a su cargo a una persona que pueda
comer y vivir de este trabajo. Deliberan acerca de la cuantía que merece este
cargo y diversifican opiniones pues no se ponen de acuerdo en tal asunto.
En esta y otras cosas ha huido de
ellos el tiempo y los ha colocado en la otra presa que recoge las aguas más
arriba y que las canaliza hasta Béjar. Parada semejante. Ya el sudor acompaña a
los caminantes y el sol hace otro tanto. Pero hay sombra abundante y siempre
alivia.
¿Y el asunto del Corpus? Otro rato de
charla acerca de este hecho, que hace más corto el tiempo de ascenso hasta el
Puente de los Avellanares. ¿Estaba preparado todo aquello o lo han dejado al
desamparo de los que vinieran luego? ¿Cuánta gente en la procesión? ¿Qué
tipología social era la que abundaba? ¿Cuántas asociaciones estaban presentes?
¿Y eso de los hombres de musgo? ¿Y la rendición de banderas? ¿Y la presencia de
los ediles y de la alcaldesa? ¿Y la separación de elementos civiles de los
religiosos? ¿Y el carácter internacional que ha conseguido?
Como el asunto da para un buen rato,
las opiniones son diversas y los tres quieren echar su cuarto a espadas, en un
santiamén se encuentran ya en la Dehesa, al lado de regatos y en medio de
robles frondosos. Un poco más y llegan al hermoso refugio de Icona que se ha
levantado muy cerca de un amplio establo de ganado, hoy vació de animales, y de
un vivero que ha dejado los restos de algún pino y hermosos álamos en un paraje
fresco. Para que cualquier caminante sienta el deseo fogoso de descansar un
rato, una fuente abundosa mana agua bien fresca.
Es la meta buscada. Allí se paran,
allí se desmochilan los caminantes, allí sacian su sed, allí buscan el lado de
la sombra, allí acomodan troncos para sillas y extienden unas tablas para mesa,
allí muestran viandas y reposan. Primero unos minutos en silencio para reparar
fuerzas, espantar el sudor y los mosquitos y empezar a escuchar varios sonidos
con los que les regala la naturaleza.
La fuente no se calla y rumorea, hay
pájaros diversos por el cielo y el sol ilumina y dora el verde de los árboles.
Una insinuante brisa mueve un poco las hojas y serena el cansancio. Algún otro
caminante asciende hacia la sierra por el camino próximo: que tengan buen
camino.
Con la espalda reposada en la pared y
los cuerpos ya sosegados del camino, los mosquitos se apartan del paraje. Ya
todo es serenidad y algo de hambre.
Porque estos caminantes han salido a
andar, pero también han venido a que les acompañe en el paseo la naturaleza y
lo que necesitan para saciar sus gustos en medio de la misma. Por eso abren
mochilas y contemplan lo que tienen para ellos: gazpacho, hornazo, queso, vino
de bota y agüita de la fuente, pan que acompaña al queso, té bien especiado,
zumos y aguardiente diverso.
“No nos merecemos menos” recuerda un
caminante. “Yo desde luego que no, no sé vosotros”, responde otro. Y empiezan a
embaular tranquilamente.
Hay que comer mientras se contempla,
pero también hay que hablar, que a eso se ha venido. Las primeras
consideraciones suelen ser de complacencia por el tipo de naturaleza que les rodea
y por la suerte que tienen al tenerla tan cerca. El ritual empieza por ahí y
nunca se cansan de repetirlo. Para gozar de una cosa tal vez no hay mejor forma
que creer de verdad en sus bondades. Y nuestra lujuriosa naturaleza se presta a
ello. Así que, para esto, bejarauis sin reservas. Para otras cosas, tal vez no
tanto.
Pero la parte central de la liturgia
comienza cuando alguien aporta cualquier tema de más extenso alcance. Suele
coincidir con la presencia del té que lo consagra. Después unas gotitas de
aguardiente desatan las conciencias y la palabra fluye con más fuerza.
“Hace mucho calor y anuncia que hay
polvo en suspensión”, comenta alguien. “¿Polvo en suspensión?”, responde otro.
“Yo sí que tengo polvo en suspensión: tengo suspendido el polvo desde hace seis
meses por lo menos”. Y se desatan las risas y los tragos.
Y, de pronto, alguien salta: “Propongo
dos palabras para hablar acerca de ellas. Son filósofo y sabio”. Y
otro apunta: “Espera que me ponga las antenas de escuchar y de aprender y luego
ya, si eso, hablamos”.
“¿Qué diremos de ellas?”
“Primero ahondar un poco en sus
orígenes y en su significado. Filósofo: persona que ama y que busca la
sabiduría; Sabio: Persona que sabe”.
“Hay una diferencia -tercia alguien-:
el filósofo busca, siempre anda en camino; el sabio ya no busca, ya ha
encontrado y se ha quedado en la verdad”.
“¿Entonces quién es mejor, el filósofo
o el sabio?”.
Se hace un breve silencio que se rompe
cuando uno tercia: “Tal vez mejor el filósofo, porque sigue siempre buscando.
Es más humano y hasta parece más inteligente”.
“Pero necesitamos también sabios, como
referentes y faros para nuestras conductas. Si supiéramos definir lo que es un
sabio”.
“Tal vez lo mejor fuera pensar en
algunas personas a las que consideramos sabias”.
Y aparecen los nombres. No en todos
están de acuerdo los caminantes, ahora comedores y aprendices de conversadores
o algo más.
“Este realmente lo que es es un
genio”.
“Ah, un genio. ¿Y por qué se
caracteriza un genio? ¿Es lo mismo que un filósofo o que un sabio? Cuidado, que
genio nos lleva a la palabra gen y a alguna disposición innata que no poseen
más que algunos y que no se puede enseñar o al menos no solo enseñar”.
“Dalí es un claro ejemplo de genio,
pero no parece que sea un buen referente ni de filósofo ni de sabio”, replica
alguien mientras echa un sorbo de té o gusta de un traguito de aguardiente.
Filósofo, sabio, genio… Ya todo se
desparrama en palabras y en sorbos. Y acuden en ayuda chascarrillos, pero
también ideas de altos vuelos. Los tres conceptos dan para bastante y los tres
caminantes apuran las viandas entre ideas y chistes, entre risas y sorbos,
entre razonamientos varios y cruce de argumentos. Ahí los veréis pensando y
discutiendo sobre asuntos tan arduos durante un largo rato.
Y se ha pasado el tiempo, eso que
siempre pasa. Y se ha ido la mañana entre los árboles. Ahora las ideas vuelan
con los pájaros, dan vueltas por el cielo y rondan la cabeza de los tres
caminantes mientras vuelven contentos de la naturaleza, de la suerte que tienen
al poder divertirse en la palabra y con alguna idea de más por ahí dando
vueltas. Con esas variables conjuntadas, vuelven camino abajo, con el dosel que
forman los castaños, con la sombra a su lado, con la amistad sonriendo y con
ese pelín de vanidad que les aporta la conversación acerca de lo que nunca
escuchan en las calles o parques a diario.
Son parte, no lo olviden, del club de
las ideas llamado LIBRE ALBEDRÍO, y eso obliga a mucho.
1 comentario:
Ainnnns!.... Como si hubiera estado allí... Qué bonitas descripciones de naturaleza y qué buena charla siempre con amigos. Os echo de menos!
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