Alivio
de la pena, trabajo o aflicción. Manifestación violenta de un estado de ánimo.
Ensanche, dilatación, esparcimiento. Desembarazo, desenvoltura, descaro.
Todo eso y mucho más, según el DRAE. ¿Cuál es mi pena, mi aflicción, mi estado
de ánimo, para que tenga que aliviarme, manifestarme violentamente o
ensancharme y desenvolverme con descaro? Veamos.
La cosa tal vez no es
para tanto. Puede que yo sea un tiquismiquis y ponga demasiados puntos sobre
las íes. Puede también (aunque esto es muy difícil: dónde vas a parar) que muchos la tengan floja y pendulona, y den por bueno
casi todo. Puede.Pero creo que me puedo permitir de vez en cuando algún pequeño
lujo. Por supuesto, soy consciente de que por esto no se va a interesar nadie o
casi nadie; ni siquiera aquellos que, por profesión o por conocimientos, andan
más cerca del asunto. Esto me produce algo más de pena, pero uno anda
acostumbrado a ello.
¿Cuál es este asunto?
Veamos. Parecerá una insignificancia, pero es un síntoma de cómo andamos y cuál
es el nivel que nos ponemos o la escala de valores por la que nos regimos y
hasta aplaudimos.
De nuevo este año me
senté en el sillón para ver la gala de los Goya. Esa burda imitación de los
Óscar del Imperio en la que todo se nos sigue yendo en focos para vestidos,
para enseñapechos y para señuelos de discursos de agradecimiento en los que no
se llega ni a balbucir tres palabras seguidas con sentido. Estoy seguro de que
el cine es mucho más -muchísimo más- que
la pobreza que muestran sus “estrellas” estrelladas contra el lenguaje. Ne
seguiré por ese camino.
¿Se han fijado ustedes en
la entonación de los que anuncian los seleccionados (nominados dicen ellos)
para cada uno de los premios? Busquen en los medios y escuchen. Y no se
asusten, por favor. Pues ahora llega lo mejor: “Y el Goya es PARA……. X”. ¿Han
reparado en el valor que se le da a esa preposición PARA? Habrá que recordar
que, en español, las preposiciones tienen una entonación átona, y se pronuncian
apoyadas en la palabra siguiente, esta sí, con valor tónico y con valor
semántico. Se enseña en los primeros niveles de análisis de la lengua. Esto
exige, en su pronunciación, mantener el tono y no bajarlo ni elevarlo,
precisamente en espera de la sílaba tónica de la palabra que le sigue. ¿Se
puede hacer silencio entre la preposición y la palabra siguiente? Por supuesto,
pero SIN SUBIR NI BAJAR EL TONO NI LA CURVA DE ENTONACIÓN. La ´paradiña´ nos
añade intriga ante el desconocimiento de lo que viene a continuación. Supongo
que por eso se paran ellos también ¡Pero es que esa parada se puede hacer -si
hace falta hasta para comerse un bocadillo- sin alterar la entonación correcta!
No tienen ni idea. Solo
les vale el color del vestido, la turgencia de los pechos y el balbuceo de
quien está aprendiendo las primeras sílabas. O sea, la apariencia, la pasarela
y el vacío, el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Y la realidad
no puede ser tan negativa como la que se empeñan en trasladarnos; ellos mismos
tienen que valer muchísimo más que lo que dejan ver y oír, y que aquello por lo
que se dejan arrastrar. Estoy completamente seguro de ello. Acaso por ello me
duele más… y me desahogo.
No es una anécdota sin
importancia, es muestra y símbolo de todo lo que hay detrás, de un mundo de
lentejuelas y de mentira, de modas inconsistentes y de aspectos siempre
superficiales. La comunicación tiene unos modelos. Su cumplimiento hace más
fluida esa comunicación y nos acerca a un mundo algo mejor y más llevadero. Ya
está bien de aplaudir tonterías y de vestir reyes que andan claramente
desnudos. En este caso incluso en el sentido literal.
Ahora trasladen este
mismo asunto a otros medios. Señalaré solo un par de ellos. Oigan y escuchen
(si tienen aguante) al locutor que retransmite los partidos de la selección de
balonmano en Teledeporte. Hagan lo mismo con los que, en La Sexta, ponen voz en off en
los programas de deportes o de investigación. No hace falta ser más explícitos.
Después de ese ejercicio de ascesis, de mortificación, extraigan sus propias
conclusiones.
Por último, exijan a los
profesores que enseñan a sus hijos que les eduquen en una pronunciación
correcta y con unas curvas de entonación justas y sensatas, sencillamente
aquellas que hemos acordado como referentes para todos. A ver cómo lo pueden
conseguir con estos modelos.
Y no se enfaden, por
favor, como parece que he hecho yo en estas breves líneas. Claro que me he
enfadado. Con la estulticia, con la imbecilidad mental y con la apariencia como
valor supremo. Era, y es, un desahogo.
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