SU PATRIA ES MI PATRIA
La memoria desfigura los
recuerdos cuando actualiza el pasado. Los hechos pueden ser los mismos, pero la
mirada ya es otra. Y lo que ve es más grande o más pequeño, más hondo o más
superficial que lo que fue por primera vez. Cuando pasa el tiempo, los hitos se
desdibujan aún más y la niebla se adensa y ocupa un lugar más extenso.
Hoy me he reservado un
espacio para mí, aunque he pensado que esto mismo debe de suceder a los demás.
De vez en cuando, repaso los papeles y objetos que guardo de mi madre. Me vengo
abajo cada vez que lo hago: son diez años ya y mi dolor sigue sin extinguirse.
Pero necesito reducir, no el recuerdo, pero sí el número de elementos que me
mantienen vivo ese recuerdo.
Mi madre fue poco tiempo
a la escuela, pero tenía una intuición extraordinaria. Gastó su vida en criar
nada menos que nueve hijos en una familia de carboneros que pasaba los días en
el monte. La imagen de este contexto me ahorra explicaciones. Yo quería y
quiero mucho a mi madre. No es nada especial que así sea. Ella también me
quería mucho a mí. Tampoco creo que sea nada extraño.
A veces anotaba, con su
caligrafía tan clara, y con sus errores ortográficos, lo que le llamaba la
atención. Y lo guardaba como si fuera un tesoro. Para ella lo era. Para mí
también. Hoy he encontrado entre sus papeles, en una hoja blanca de no más de
diez centímetros por cinco, esta joya: Queriendo
yo un día saber qué es mi patria, me dijo un anciano que mucho la amaba: La
patria se siente, no tiene palabras; es claro lo expliquen las lenguas humanas.
Allí donde, en tierra bendita y sagrada, abuelos y padres los restos descansen,
allí está la patria.
De mis ojos se
desprendieron un par de lagrimones (o acaso más) por todo lo que encierran
estas palabras y por el recuerdo de las manitas arrugadas que las escribieron
en este sencillo papel. No alcanzo a saber cuál es el poeta que las compuso,
pero sí sé que mi madre las hizo suyas con tanta fuerza, que las quiso guardar
como recuerdo sin fin.
Claro que patria tiene
que ver con padre, y con madre. Claro que la patria es un sentimiento. Claro
que la tierra donde descansan los antepasados es y tiene que ser siempre
sagrada. Claro que allí está la verdadera patria.
Algún día escribí estas
palabras en un poema: Yo quisiera morir /
como mueren las hojas en otoño (…) /En ese baile absurdo con el viento, /
vestido de amarillo, / quisiera regalar todos mis versos / a los que más me
amaron / y a los que amé también en un intento / de jugar al amor, / como final
feliz de todo juego. // Después, muy lentamente, / con esa lentitud / del ocaso
sereno de las tardes, / me gustaría posarme / en los brazos abiertos de la
tierra / y fundirme con ella / en un abrazo eterno e infinito. // La tierra me
hará hueco / al lado de los otros, / de los restos sagrados de mis muertos, /
con los que quiero estar / para siempre y por siempre / en los amables brazos
del olvido.
Esta es para mí también
la verdadera patria, aquella que imaginaba mi madre en los versos que copió en
un papel pequeñito y que conservó para mi recuerdo, para mi admiración y para
mi amor.
Las demás patrias me
interesan menos y no puedo entender tan gran empeño en andarlas buscando a
torta limpia y, sobre todo, renegando de la patria de los antepasados padres y
abuelos.
Mi madre era muy sabia.
Yo guardo su recuerdo en mi recuerdo.
N. B. A veces se me
escapan erratas en estas consideraciones. Lo siento y pido disculpas. Ayer, sin
ir más lejos, animaba a Aranguren y a Ullastres con un “Urra” que no levantaba
el ánimo precisamente. Hoy sí alzo la voz de nuevo: “HURRA” por ellos.
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