miércoles, 15 de enero de 2020

EL INTELECTUAL Y EL PODER


EL INTELECTUAL Y EL PODER
Leo un libro de entrevistas y coloquios con intelectuales de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Lo escribe Salvador Pániker y se llama Conversaciones en Madrid. Uno de los conversadores es el profesor José Luis Aranguren. Recojo alguna de sus opiniones: “El intelectual lleva una sobrecarga crítica –por eso es intelectual- que le inhabilita para la acción”. Y sobre esta pregunta: ¿No le parece que el divorcio entre la inteligencia y el poder puede ser peligroso?, esta respuesta: “Podría no ser tan grave con un acercamiento entre esa instancia crítica y la instancia del poder. Entonces, no serían los intelectuales quienes gobernaran, pero sí unos discípulos de los intelectuales. Yo no veo cómo un auténtico intelectual pueda siquiera pertenecer a un partido político. Me parece que un partido político es siempre una especie de corsé en el que el pensamiento no queda libre. El intelectual tiene que estar criticando continuamente”.
Acaban de tomar posesión de sus cargos los ministros del nuevo Gobierno. Me parece que las palabras de Aranguren resultan muy oportunas. Implican muchas variables. Están pronunciadas en unos años en los que la democracia tan solo se atisbaba y todo, absolutamente todo tiene que ser analizado según el contexto en el que se produce.
Pero la relación del intelectual con el poder sigue pendiente de la cucaña y no resulta fácil subir hasta arriba para bajarla hasta el suelo.
Sigo sin conocer una definición de intelectual que me satisfaga y aquí cualquiera se apunta a ese grupo, porque no queda mal el marbete que te ponen. Me conformo con la etimología que apunta a todo el que utiliza el intelecto como modo de pensamiento y de actuación en un grado constante y reconocible. A partir de ahí, vete a saber cómo y en quién se concreta. Quizá todo sea cuestión de grados.
Con todas las dudas que la definición ya supone, nos acercamos a la relación del intelectual con el poder. ¿Es verdad que un partido político es siempre una especie de corsé? Me parece algo evidente. ¿El intelectual tiene que estar criticando continuamente? Por supuesto. Y que el bobo de turno entienda, por favor, que criticar significa someter todo al pensamiento, con el ánimo positivo de mejorar, no de derrotar a nadie ni de dejar en evidencia a ninguno. Por si acaso. ¿Esto imposibilita la pertenencia del intelectual a un partido político y la participación activa en la política? Me parece claramente que no. Ya se encargan las estructuras partidistas de poner palos en las ruedas a quien encuentra aristas y no dice amén a todo. Pero esas personas son necesarias para que no se dé todo por hecho y por bueno. Necesitamos poner en cuestión todo para no dormirnos en los laureles, para dar cabida a otras opiniones y visiones del mundo y para afinar cada día más entre el concepto y la actuación, aun a costa de perder por el camino eso votos necesarios en las disputas electorales.
Al lado de esto, necesitamos también que el intelectual se manche las manos y se exponga a la impureza que supone pasar de la idea a la acción, del concepto a la práctica, de la teoría al cuerpo real y a la aplicación de la ley. Siempre con la sombra de la duda, pero a la vez con la necesidad de tomar decisiones y de someterse a la posibilidad de equivocarse.
Creo que se pone de manifiesto que estas breves consideraciones a quienes únicamente excluyen es a los trepas de turno y a los que someten todos los medios al fin de conseguir el poder, sin el pudor de someter los medios al razonamiento. ¿Cuántos hay sumando trepas e impúdicos? Hagan el recuento ustedes mismos.
Me quedo con el recuento de los intelectuales, con los que recelan del peligro que suponen las estructuras encorsetadas de los partidos y también con el de los que se manchan las manos en busca no del bien individual sino el bien común. Suerte.

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