EL INTELECTUAL Y EL PODER
Leo un libro de entrevistas
y coloquios con intelectuales de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Lo
escribe Salvador Pániker y se llama Conversaciones
en Madrid. Uno de los conversadores es el profesor José Luis Aranguren. Recojo
alguna de sus opiniones: “El intelectual
lleva una sobrecarga crítica –por eso es intelectual- que le inhabilita para la
acción”. Y sobre esta pregunta: ¿No
le parece que el divorcio entre la inteligencia y el poder puede ser peligroso?,
esta respuesta: “Podría no ser tan grave
con un acercamiento entre esa instancia crítica y la instancia del poder. Entonces,
no serían los intelectuales quienes gobernaran, pero sí unos discípulos de los
intelectuales. Yo no veo cómo un auténtico intelectual pueda siquiera
pertenecer a un partido político. Me parece que un partido político es siempre
una especie de corsé en el que el pensamiento no queda libre. El intelectual
tiene que estar criticando continuamente”.
Acaban de tomar posesión
de sus cargos los ministros del nuevo Gobierno. Me parece que las palabras de Aranguren
resultan muy oportunas. Implican muchas variables. Están pronunciadas en unos
años en los que la democracia tan solo se atisbaba y todo, absolutamente todo
tiene que ser analizado según el contexto en el que se produce.
Pero la relación del
intelectual con el poder sigue pendiente de la cucaña y no resulta fácil subir
hasta arriba para bajarla hasta el suelo.
Sigo sin conocer una
definición de intelectual que me satisfaga y aquí cualquiera se apunta a ese
grupo, porque no queda mal el marbete que te ponen. Me conformo con la etimología
que apunta a todo el que utiliza el intelecto como modo de pensamiento y de
actuación en un grado constante y reconocible. A partir de ahí, vete a saber cómo
y en quién se concreta. Quizá todo sea cuestión de grados.
Con todas las dudas que
la definición ya supone, nos acercamos a la relación del intelectual con el
poder. ¿Es verdad que un partido político
es siempre una especie de corsé? Me parece algo evidente. ¿El intelectual tiene que estar criticando
continuamente? Por supuesto. Y que el bobo de turno entienda, por favor,
que criticar significa someter todo al pensamiento, con el ánimo positivo de
mejorar, no de derrotar a nadie ni de dejar en evidencia a ninguno. Por si
acaso. ¿Esto imposibilita la pertenencia del intelectual a un partido político
y la participación activa en la política? Me parece claramente que no. Ya se
encargan las estructuras partidistas de poner palos en las ruedas a quien
encuentra aristas y no dice amén a todo. Pero esas personas son necesarias para
que no se dé todo por hecho y por bueno. Necesitamos poner en cuestión todo
para no dormirnos en los laureles, para dar cabida a otras opiniones y visiones
del mundo y para afinar cada día más entre el concepto y la actuación, aun a
costa de perder por el camino eso votos necesarios en las disputas electorales.
Al lado de esto,
necesitamos también que el intelectual se manche
las manos y se exponga a la impureza que supone pasar de la idea a la acción,
del concepto a la práctica, de la teoría al cuerpo real y a la aplicación de la
ley. Siempre con la sombra de la duda, pero a la vez con la necesidad de tomar
decisiones y de someterse a la posibilidad de equivocarse.
Creo que se pone de
manifiesto que estas breves consideraciones a quienes únicamente excluyen es a
los trepas de turno y a los que someten todos los medios al fin de conseguir el
poder, sin el pudor de someter los medios al razonamiento. ¿Cuántos hay sumando
trepas e impúdicos? Hagan el recuento ustedes mismos.
Me quedo con el recuento
de los intelectuales, con los que recelan del peligro que suponen las
estructuras encorsetadas de los partidos y también con el de los que se manchan
las manos en busca no del bien individual sino el bien común. Suerte.
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