miércoles, 22 de enero de 2020

LA TEOGONÍA DE MI BARRIO



LA TEOGONÍA DE MI BARRIO
En su obra Teogonía, nos ofrece Hesiodo toda una lista interminable de dioses, de héroes y de mortales. Sin entrar en datos técnicos de influencias orientales u otras consideraciones, lo cierto es que se trata como de un índice que marca el paso del caos al orden, que planifica el origen y el establecimiento de la vida. Es inevitable el recuerdo de todos los conocimientos (entiéndase “conocer” en sentido bíblico) que se establecen en la Biblia hasta llegar a José y a Jesús. Pues algo así en Hesiodo.
No sé si existe alguien que tenga en la memoria tanto nombre ni tanta descendencia. Me parece tarea al menos de Titanes, así, con mayúscula. No sé, por otra parte, qué utilidad tendría dicho esfuerzo.
Sí me resulta más interesante indagar cómo se va pasando de lo inconcreto a lo concreto, del caos al mito y de este a los elementos más próximos a lo humano, cómo se va tomando tierra hasta rozarse con ella y darse de bruces con los altibajos que comporta. Lo mismo que me parece importante el nombre que se va poniendo a cada uno de los personajes, pues suelen corresponder con muchos de los conceptos que mantenemos en nuestros días. No hay más que repasar, por ejemplo, el nombre de las Nereidas, esos seres mitológicos, ninfas de las agua, para comprobarlo: Glauca (la Azulada), Proto (la Primera), Dinámene (la Potente)…  Hay un porcentaje elevado de conceptos que proceden del mundo de la mitología griega y que mantienen plena vigencia en nuestros días. Buen trabajo para alguien más interesado y que tenga tiempo de analizarlo.
Pero, sin ir tan lejos, me parece interesante observar cómo a cada uno de los dioses o héroes se les conoce y se fija su memoria por una de sus cualidades. Los mismos ejemplos de arriba nos sirven de muestra. O Aquiles, el de los pies ligeros; o Ulises, el astuto
Este hecho se repite en toda época y viene a expresar la necesidad de simplificar la imagen hasta centrarla en un rasgo destacado que pueda permanecer más fácilmente en nuestra memoria. Existen ejemplos por todas partes. Ahí está nuestro Cid, con sus atributos: (el Campeador; el que en buena hora ciñó espada); Calos II (el Hechizado); y tantos más.
Sin embargo, no hace falta recurrir a ejemplos tan notables para reconocer que este hecho se cumple entre los miembros de cualquier comunidad. Y esto resulta ser mucho más interesante. ¿Qué otra cosa son, si no, los motes? Uno es conocido como el Orejones, otro como el Mochuelo, la de más allá como la Pechugona… Y en este plan. De modo que la cultura popular viene a recoger como algo suyo esa costumbre que se hunde en la niebla de los tiempos y que ya utilizaban los primeros que intentaron la tarea casi imposible de explicar la presencia y el orden o desorden de la vida y del ser humano en el mundo.
Cada cual puede hacer memoria de los motes que utiliza. Tal vez alguno se refiera precisamente a él, o a ella. No se aconseja su abuso ni su carga despectiva, pero tampoco su rechazo. Es una muestra más de las tretas de que nos servimos para mantener en la memoria algo que, de otra manera, andaría ya en los caminos neblinosos del olvido.
Tengo la impresión de que tal vez no conozcamos ni los motes de las gentes de nuestro barrio. Acaso porque la comunicación entre nosotros no sea la más fluida. Mal asunto.

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