LO QUE DEPENDE DE MÍ
Con alguna frecuencia
vuelvo a los estoicos, a su lectura y a la reflexión que siempre me provocan.
Zenón, Crisipo, Marco Aurelio, Epicteto, Séneca.
Ya sé que todo sistema
filosófico aspira al valor universal y poco distingue de tiempos y espacios.
Sin embargo, pienso que el estoicismo parece que encaja mejor en una edad en la
que ya se ha conseguido lo que se podía conseguir y uno ha llegado a aquello
que quería ser. Tal vez a eso que llamamos madurez. Hasta me atrevo a sugerir que
es una teoría que se abriga mejor con el invierno y con las situaciones de
desajuste en la vida y de decaimiento moral.
Sea cual sea la variable
que se elija (ahora ando engolfado en las páginas de Epicteto, o más bien de su
discípulo Arriano, que recogió para nosotros sus pensamientos, como hizo Platón
con su maestro Sócrates), todo se ordena hacia el fin supremo: alcanzar la
serenidad y la imperturbabilidad, desde el dominio del deseo, del impulso y del
asentimiento intelectual. Y ello desde este principio. “Hay unas cosas que dependen de nosotros; otras no dependen de
nosotros. (…) Lo que depende de nosotros es, por naturaleza, libre; mientras
que lo que no depende de nosotros es débil, esclavo, sometido a impedimentos
ajenos”. Ante tal situación, solo nos queda este mandato: “Aparta, pues, tu rechazo de todo lo que no
depende de nosotros (de ti) y ponlo
en lo que no es acorde con la naturaleza y depende de nosotros (de ti)”. De todo ello se deriva una moral
restrictiva y orientada siempre hacia uno mismo.
El estoicismo ha
configurado la personalidad de seres extraordinarios, dignos de ser admirados y
reconocidos. Valga como ejemplo el caso de Séneca. Y, como él, tantos otros. Aunque
solo fuera por eso, debería despertar en nosotros la curiosidad.
Pero siempre me sucede lo
mismo: me atasco en la tarea de separar aquello que depende de mí mismo de lo
que no depende de mí. El pleno siglo veintiuno, con la población que vive en este
planeta, con la interrelación creada por los medios técnicos o simplemente
observando el desarrollo biológico del individuo, ¿cuáles son los restos que me
quedan como dependientes solo de mi albedrío y de mis decisiones? Aunque tal
vez precisamente esas mismas variables me traigan la certeza de la necesidad de
preservar lo que me corresponde como ser humano con inteligencia y libre
albedrío.
Sea cual sea el número de
elementos y de situaciones que me corresponden, sí parece claro que es en ellos
en los que debo centrar mis esfuerzos. Lo que no depende de mí no puede ser
mejorado por mí, solo lo que depende de mis fuerzas y de mi dominio. Estas son
las palabras reveladoras de Epicteto: “Si
quieres que tus hijos y tu mujer y tus amigos vivan para siempre, eres bobo.
Pues quieres que dependa de ti lo que no depende de ti y que lo ajeno sea tuyo.
(…) Pero si quieres no fallar en tus deseos, eso puedes conseguirlo. Ejercítate
en eso, en lo que puedes. Es dueño de cada uno el que tiene la potestad sobre
lo que él quiere o no quiere para conseguírselo o quitárselo. Así que el que
pretenda ser libre que ni quiera ni rehúya nada de lo que depende de otros. Si
no, por fuerza será esclavo”. Como se ve, no se corta y ejemplifica con las
situaciones más hirientes.
¿Qué consecuencias tiene
esto en el comportamiento de cada uno de nosotros en la vida? Ya se adivina que
son infinitas y de aplicación diaria. Que cada cual abra la ventana y se airee
como quiera: el campo es inmenso y se presta a muchísimas consideraciones. Por
ejemplo, a aquella que apunta al equilibrio con uno mismo y con la naturaleza.
Otros buscan esa relación con algún dios. O la que se refiere a la participación,
en cantidad y calidad, en la res publica general o más próxima.
Porque hay muchos que
afirman que esto de la filosofía es para unos pocos y que nada tiene que ver
con la vida práctica. Imbéciles.
En fin, allá cada cual.
Una pasadita por los estoicos resulta muy reveladora y consoladora.
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