lunes, 20 de enero de 2020

LO QUE DEPENDE DE MÍ



                                              LO QUE DEPENDE DE MÍ
Con alguna frecuencia vuelvo a los estoicos, a su lectura y a la reflexión que siempre me provocan. Zenón, Crisipo, Marco Aurelio, Epicteto, Séneca.
Ya sé que todo sistema filosófico aspira al valor universal y poco distingue de tiempos y espacios. Sin embargo, pienso que el estoicismo parece que encaja mejor en una edad en la que ya se ha conseguido lo que se podía conseguir y uno ha llegado a aquello que quería ser. Tal vez a eso que llamamos madurez. Hasta me atrevo a sugerir que es una teoría que se abriga mejor con el invierno y con las situaciones de desajuste en la vida y de decaimiento moral.
Sea cual sea la variable que se elija (ahora ando engolfado en las páginas de Epicteto, o más bien de su discípulo Arriano, que recogió para nosotros sus pensamientos, como hizo Platón con su maestro Sócrates), todo se ordena hacia el fin supremo: alcanzar la serenidad y la imperturbabilidad, desde el dominio del deseo, del impulso y del asentimiento intelectual. Y ello desde este principio. “Hay unas cosas que dependen de nosotros; otras no dependen de nosotros. (…) Lo que depende de nosotros es, por naturaleza, libre; mientras que lo que no depende de nosotros es débil, esclavo, sometido a impedimentos ajenos”. Ante tal situación, solo nos queda este mandato: “Aparta, pues, tu rechazo de todo lo que no depende de nosotros (de ti) y ponlo en lo que no es acorde con la naturaleza y depende de nosotros (de ti)”. De todo ello se deriva una moral restrictiva y orientada siempre hacia uno mismo.
El estoicismo ha configurado la personalidad de seres extraordinarios, dignos de ser admirados y reconocidos. Valga como ejemplo el caso de Séneca. Y, como él, tantos otros. Aunque solo fuera por eso, debería despertar en nosotros la curiosidad.
Pero siempre me sucede lo mismo: me atasco en la tarea de separar aquello que depende de mí mismo de lo que no depende de mí. El pleno siglo veintiuno, con la población que vive en este planeta, con la interrelación creada por los medios técnicos o simplemente observando el desarrollo biológico del individuo, ¿cuáles son los restos que me quedan como dependientes solo de mi albedrío y de mis decisiones? Aunque tal vez precisamente esas mismas variables me traigan la certeza de la necesidad de preservar lo que me corresponde como ser humano con inteligencia y libre albedrío.
Sea cual sea el número de elementos y de situaciones que me corresponden, sí parece claro que es en ellos en los que debo centrar mis esfuerzos. Lo que no depende de mí no puede ser mejorado por mí, solo lo que depende de mis fuerzas y de mi dominio. Estas son las palabras reveladoras de Epicteto: “Si quieres que tus hijos y tu mujer y tus amigos vivan para siempre, eres bobo. Pues quieres que dependa de ti lo que no depende de ti y que lo ajeno sea tuyo. (…) Pero si quieres no fallar en tus deseos, eso puedes conseguirlo. Ejercítate en eso, en lo que puedes. Es dueño de cada uno el que tiene la potestad sobre lo que él quiere o no quiere para conseguírselo o quitárselo. Así que el que pretenda ser libre que ni quiera ni rehúya nada de lo que depende de otros. Si no, por fuerza será esclavo”. Como se ve, no se corta y ejemplifica con las situaciones más hirientes.
¿Qué consecuencias tiene esto en el comportamiento de cada uno de nosotros en la vida? Ya se adivina que son infinitas y de aplicación diaria. Que cada cual abra la ventana y se airee como quiera: el campo es inmenso y se presta a muchísimas consideraciones. Por ejemplo, a aquella que apunta al equilibrio con uno mismo y con la naturaleza. Otros buscan esa relación con algún dios. O la que se refiere a la participación, en cantidad y calidad, en la res publica general o más próxima.
Porque hay muchos que afirman que esto de la filosofía es para unos pocos y que nada tiene que ver con la vida práctica. Imbéciles.
En fin, allá cada cual. Una pasadita por los estoicos resulta muy reveladora y consoladora.

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