EL LABERINTO
El mundo es intrincado laberinto
del que apenas sabemos ni sus reglas,
esas leyes que explican y definen
todo lo que sucede a cada instante.
Vivimos confiados y, al momento,
un rayo nos produce la ceguera,
se cierran las ventanas que dejaban
llegar hasta nosotros la conciencia
de todo lo que existe y, enseguida,
se marcan territorios. Nadie sabe
cuál es la dirección de la salida.
Y la noche se cierne y todo es duda,
temor y confusión, desasosiego.
¿Pero quién ha ordenado el laberinto?
¿Es, acaso, algún dios el que lo ha urdido
y tiene a buen recaudo sus preceptos,
esos que certifican que hacia Roma
nos conducen y llevan los caminos,
y que des gracias siempre, incluso cuando
el dolor y la pena te dominan?
¿O es tal vez un complejo en el que el hombre,
el hombre y la mujer, codo con codo,
han juntado su amor, trabajo y tiempo
forjando los caminos de la Historia,
para darle conciencia a la materia
que puebla la verdad del universo?
La duda me atormenta, pero hay algo
que me anima a pedir que el laberinto
sea producto del alma de los hombres:
serán sus limitadas cualidades
las que, a base de esfuerzo y de experiencia,
encuentren el camino de salida
y ordenen, a su modo, el laberinto
para vivir a tragos la certeza
del incierto sentido de las cosas.
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