LA ECUACIÓN DE LA RELATIVIDAD
La vida se abre paso poco a poco. Quiero decir la vida del
confinamiento, la de la estancia en casa, la de los espacios cortos y acotados,
la de las miradas recelosas, la de los horarios divididos. Todo muy lentamente
y con unos contextos cargados de recelos, de sustos y de amagos. Se trata, por
supuesto, de la vida de los seres de esta comunidad: la del resto de la
naturaleza sigue su curso sin atender a nuevas circunstancias.
Porque, cuanto más se amplían los espacios, mayor es la sensación de
insignificancia que nos atenaza. Si se sale a caminar un rato, se verá que la
ciudad sigue asentada en el mismo cerro oblongo y que nada se ha modificado por
sus calles; si se contempla la naturaleza desde mi terraza, todo sigue su curso
en las laderas, en los ríos y en los montes. Tan solo el hormigueo de los
humanos se ha vuelto receloso y asustado, pues anda como queriendo encontrar
razones a las cosas después de que la realidad les haya dado un puñetazo que les
ha dejado al descubierto las heridas y les haya bajado los humos de repente.
Me gustaría conocer qué sensación
se experimentaría estos días, desde lo alto de la sierra, viendo la ciudad ya
más distante, allá en lo hondo del valle. ¿Y alejándose un poco en las alturas?
No es difícil navegar por el cielo con la imaginación. Hagámoslo. ¿Y desde más
arriba? ¿A que la conciencia se ha ido diluyendo y ya no aprietan tanto los
dolores? La ciudad se ha tornado solo un punto (un solo ser humano ni se advierte)
perdido en el espacio y este nada sabe de lo que aquí está sucediendo ¿No nos
pasa a nosotros en dirección contraria? ¿Acaso no practicamos también aquello
de ojos que no ven corazón que no siente?
Qué poca cosa somos en un sitio tan grande.
Tal vez no será poco tratar de estar dispuestos a no desentonar en los
espacios más próximos a nosotros, reconociendo, sin embargo, que no hay nada
que pueda ser contado como algo absoluto. Lo demás, para bien o para mal, es
casi todo, pero la herida duele más en el lugar exacto en el que se ha roto la
piel y supura la sangre.
Hoy he salido a la naturaleza, en el rato que tengo permitido; he visto
que los insectos siguen libando tan tranquilos; la Fuente del Lobo me ofrecía
sus fauces para que yo bebiera y aún no me he atrevido; las flores y los
pájaros ensayaban conciertos infinitos en el aire; he charlado un buen rato en
videoconferencia con aquellos que otros días me acompañaban en esas salidas al
campo; el tiempo ya se va tranquilizando y el sol le gana grados a la lluvia.
El tiempo sigue incierto, pero el ambiente indica que hay algo más de luz en el
proceso.
Mi mente necesita tener la sensación de libertad, de ahuyentar los
recelos, de dar la dimensión a cada cosa, y de aceptar con calma que todo sigue
implacablemente su curso, tal vez sin saber en qué dirección ni con qué sentido,
si acaso tiene alguno. Hay lo que hay, y, si lo sé mirar, creo que no es poco.
Venga.
63 días después. Ánimo.
1 comentario:
¡Venga Antonio!...que queda menos para disfrutar de alguna quedada grupal y unas risas.
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